Atención: el otro territorio en disputa

En su libro "El enemigo conoce el sistema", Marta Peirano explora, desmenuza y analiza el vínculo con las tecnologías y las estrategias que se diseñan para captar la atención de los usuarios hasta extraerles toda la información posible, que luego será vendida al mejor postor.

 jueves, 6-febrero-2020

En su libro "El enemigo conoce el sistema", Marta Peirano explora los mecanismos de las aplicaciones para captar la atención y convertir a los usuarios en adictos a la dopamina que les provee la interacción con ellas.


Atender la atención, cuidarla, protegerla, administrarla y, más que nada, mantenerla bajo control. La periodista, investigadora y escritora Marta Peirano analiza lo que define como “la economía de la atención” y sentencia: “somos menos felices y menos productivos que nunca porque somos adictos”.

La adicción a la que se refiere no tiene que ver con medicamentos, con alimentos, con conductas o sustancias. Al menos no en esta instancia, pero podría llegar a facilitar desórdenes de ansiedad que luego desemboquen en otros desequilibrios. Su preocupación y su advertencia comienza en esa conducta todavía de apariencia inofensiva que se camufla en la aceptación universal por el uso y abuso de los dispositivos tecnológicos personales.

“La economía de la atención o el capitalismo de vigilancia gana dinero consiguiendo nuestra atención. Es un modelo de negocio que depende de que instalemos sus aplicaciones, para tener un puesto de vigilancia en nuestras vidas. Puede ser una smart tv, un móvil en el bolsillo, un altavoz inteligente, una suscripción a Netflix, a Apple. Y quiere que las uses el mayor tiempo posible, porque así estás generando datos que los hacen ganar dinero. Mientras más generas, más valioso es su banco de datos”, dice en una entrevista con la BBC.

La captura de fragmentos mínimos de atención se realiza con cebos irresistibles, diseñados a partir de todos los datos que le vamos dando a la web a través de likes, de correos, de comentarios, de clicks en videos, fotos, en cada perfil que seguimos, en los retuits o faveos.La red lo sabe, y entonces ya no es más un secreto.

A cambio, la satisfacción de obtener corazones, pulgares arriba, seguidores o visualizaciones de perfil cada vez alcanza menos y la dopamina que al comienzo se obtenía con un par de comentarios en FAcebook, ahora se busca en una cantidad cada vez mayor de aplicaciones, de interacciones y publicaciones compulsivas.

El modelo sobre el que se basan estas aplicaciones son, cuenta Peirano, las máquinas tragamonedas. “Todas las aplicaciones que existen se basan en lo que hasta ahora era el diseño más adictivo, el de las tragaperras (tragamonedas) que hace que un sistema produzca la mayor cantidad de pequeños acontecimientos inesperados en el menor tiempo posible. En la industria del juego se llama event frequency. Cuanto más alta es la frecuencia, más rápido te enganchas, pues es un loop de dopamina. Cada vez que hay un evento, te da un chute de dopamina, cuantos más acontecimientos encajas en una hora, más chutes, que es lo que te genera adicción”, explica.

En el caso de los niños, este mecanismo tiene un efecto todavía más profundo, que además de potenciarse por el modelo que les dan los adultos adictos a la tecnología, los encuentra desprovistos de mecanismos de defensa o pensamiento crítico. “Las redes sociales están cuantificadas en forma de likes, de corazones, de cuánta gente ha visto tu post y genera una adicción especial, porque es lo que dice tu comunidad, si te acepta, si te valora. Cuando esa aceptación, que es completamente ilusoria, entra en tu vida, te vuelves adicta, porque estamos condicionados para querer encajar en el grupo, nuestra vida depende de que se nos acepte y se nos valore. Han conseguido cuantificar esa valoración y convertirla en un chute de dopamina. ¿Se enganchan los niños? Más rápido que nadie y no es que no tengan fuerza de voluntad, es que ni siquiera entienden por qué puede ser malo para ellos. No dejamos que nuestros hijos beban Coca Cola y coman gominolas, porque sabemos que el azúcar es dañino, pero les damos pantallas para que se entretengan, porque así no tenemos que interactuar con ellos”, resume.