Fernando Chávez Solca

 

columnista alreves.net.ar

Cambiemos contra los fantasmas

 

En la novela de Charles Dickens, Un cuento de Navidad, nuestro personaje principal, el mezquino y odioso Ebenezer Scrooge, recibe la visita de una serie de espectros que ponen en evidencia su avaricia y falta de atención a los demás. Puntualmente, la primera aparición recibida, el fantasma de la navidad pasada, viene a recordarle a Scrooge cómo eran las cosas antes de él, o mejor dicho antes de que él se convirtiera en lo que es hoy. En otras palabras, lo inscribe en la historia, en un marco mayor que no puede borrar y del que debe necesariamente dar cuenta aunque quisiera omitir. Posteriormente, una segunda aparición, el del fantasma de la navidad presente, le muestra al viejo empresario la preocupante situación social que se le escapaba por su incapacidad de ver más allá de sus propias ambiciones. Las últimas semanas, con resultados de sondeos de opinión adversos y movilización gremial incluida parecen obrar de un modo más o menos parecido respecto al gobierno nacional a la forma en que aquellas apariciones lo hacían en la historia del escritor inglés. Veamos esto con algo más de detalle.

Desde hace ya bastante tiempo, el ejecutivo nacional insiste en la supuesta necesidad de modernizar el país, de dejar de lado viejas prácticas asociadas a la extorsión y al apriete para obtener beneficios, de sentarnos y a través del diálogo y las buenas formas acordar soluciones igualmente beneficiosas para todos y algunos otros razonamientos por el estilo. Tras cartón de este tipo de propuestas se guarece un, cada vez menos oculto, pensamiento de que todo gremio es un obstáculo para lograr ese “progreso” y que es un lastre para estos tiempos más “livianos” de trabajadores descolectivizados que se viven en el siglo XXI. Hasta aquí, el gobierno se parece bastante al viejo Scrooge quejándose por la navidad, por los pobres que le piden dinero o por las obligaciones sociales con sus empleados cuyo único fin es “vaciarle sus bolsillos”. Demasiado acostumbrado a pensarse y ser pensado como un espacio político que está por fuera de la historia, que transmite una visión superadora de las experiencias pasadas, el gobierno de Mauricio Macri pareciera no comprender acabadamente el escenario en el que le toca moverse. En base a ello, se podría sugerir que la marcha de algunos sectores del sindicalismo del pasado 21 de febrero, con Moyano a la cabeza, emergen en nuestra coyuntura haciendo las veces del fantasma de la navidad pasada. Un espectro que viene a recordarle al gobierno una serie de tradiciones, de historias, de legados que por mucho que se fuerce por ignorar, por no oír y por excluir, están habitándonos y no descansan en paz en tanto sus demandas no son escuchadas y reconocidas. Dicho de otro modo, ese pasado que el gobierno intenta conjurar, esa clase trabajadora articulada sindicalmente a la que se intenta desconocer, ese rezongo plebeyo de alma peronista que se pretendía olvidado, vuelve una vez más a reclamarle y a recordarle a nuestro Scrooge de globos amarillos que existe y que debe ser parte reconocida de toda mesa de negociación. La marcha no se trató de nombres propios, sino de tradiciones que se reinscriben en el presente para llevar de la mano a Cambiemos por un paseo por la historia, por la historia de un país que no es ni puede ser sólo de las elites de turno.

Por otra parte, desde diversos análisis periodísticos y académicos se ha insistido recurrentemente en el carácter novedoso que Cambiemos tiene para la política argentina. Se lo ha nominado como la “nueva derecha democrática”, por tomar la tan controvertida apelación concebida por José Natanson hace algunos meses atrás, entre muchos otros apelativos que aspiran insistentemente en capturar su esencia que reside (al menos en apariencia) en su condición de radical novedad. Incluso hay quienes aventuraron la inexistencia de categorías teóricas para pensar esta experiencia. En un sentido convergente con lo que venimos señalando, desde el propio espacio de Cambiemos inicialmente se acentuó su carácter novedoso al despegarse de los rótulos incómodos que se le asignaban desde sus detractores y al proponerse no como un antikirchnerismo fanático, sino como un continuador de lo bueno y un solucionador de lo malo (recuérdese la campaña de 2015 y las declaraciones de Mauricio Macri en aquel tiempo). Sin embargo, con el correr del mandato esa aparente innovación ha cedido su lugar ante formas y políticas públicas ya conocidas de vieja data. Así, los tarifazos, la reforma jubilatoria, recortes en el empleo público; acompañado de beneficios económicos para los amigos del poder, el endeudamiento record, el uso de causas judiciales para apretar dirigentes opositores; agregado al aumento de las políticas represivas (con los casos de Santiago Maldonado, Rafael Nahuel o Juan Pablo Kukok, como los más visibles) y casos de corrupción de alcance internacional, despojan a la “nueva derecha democrática” de buena parte de sus adjetivos: parece que no es ni tan nueva, ni tan democrática. Sus decisiones políticas, sus modos de construcción y la permanente apelación a lo hecho (o no) por el gobierno anterior para justificar las acciones de hoy, emparentan a Cambiemos mucho más con experiencias pasadas que con la aparente novedad ofrecida. Esa pérdida en la capacidad de ofrecer algo distinto a la ciudadanía y limitarse a repetir y copiar viejas fórmulas sin ningún tipo de audacia es lo que empieza a plasmarse en las encuestas que circulan desde hace algunas semanas. Volviendo a nuestra analogía, las encuestas operan como el fantasma de la navidad presente con el viejo Scrooge: comienzan a mostrarle aquella realidad que no había querido ver y que a causa de su falta de empatía prefería ignorar (acaso ¿no hay cárceles? ¿No hay asilos para estas personas? solía repetir Scrooge ante la presencia de pobres y desvalidos). El punto es que en la medida en que siguiera remachando sobre sus antiguas concepciones nada cambia; en la medida que siga apostando a los viejos libretos fanatizados de la economía ortodoxa y los rancios discursos de la derecha represiva, no podrá más que reproducir políticas públicas ya conocidas con resultados ya experimentados. Tal como Scrooge y el fantasma de la navidad presente en el libro, Macri con las encuestas en la Argentina actual, parece condenado a repetir infinitamente la historia si no está dispuesto a asumir la audacia que el significante cambio (antiguo aliado electoral) implica al momento de hacer política.

A esta altura del relato el lector, con bastante razón, podrá preguntarse por el lugar del fantasma de la navidad futura. Sin ahondar demasiado y dejando abierto el camino para otras intervenciones, quizás algo de ese espectro (que le muestra a Scrooge su propio funeral y lo que sus vecinos decían de él una vez fallecido) pueda empezar a vislumbrarse en el acto realizado en UMET hace unos 20 días atrás…