Patricia Acevedo

 

columnista alreves.net.ar

Cambiemos: de las palabras a los hechos

Hace un año, nos sorprendíamos con la agresión discursiva de funcionarios y políticos de Cambiemos. Una serie de frases comunicadas en público y dirigida hacia lo público, eran lanzadas cual globos amarillos: “El que tiene hambre de verdad come cualquier cosa”; “Encontramos un Estado desordenado y mal gestionado”; “Un Estado plagado de clientelismo, despilfarro y corrupción, de ñoquis”; “Cambiamos futuro por pasado”; “No hubo 30 mil desaparecidos, ese número se arregló en una mesa cerrada”; “Avanzar en un sistema más justo de tarifas para proteger a los que más tienen (sic)”; “La droga mata a los pobres como a la gente normal”; “El trabajo es una bendición”; “La gente ya es mucho más feliz, no lo dice el gobierno, lo dice el mercado”; “El principal aporte a la pobreza cero es la esperanza de estar mejor”; “El sufrimiento de la gente era necesario para ver si podemos crecer”; “Qué es eso de crear universidades por todos lados”; “Hay que terminar con la pedagogía de la compasión”; “Al que le parezca cara la nafta, que no cargue”; “No queremos emprendedores culturales pensados como bohemios, sino agentes reales de comercio”; “No se disparó la inflación, lo que hubo fue una corrección de precios relativos”; “Hay que estar atentos no va a ser cosa de que dentro de 4 años venga un santiagueño y se convierta en presidente de la nación”.

En el lenguaje Cambiemos, el desprecio, la humillación, la sospecha, eran (siguen siendo aun) moneda corriente. La violencia en el primer año de gobierno podríamos decir que era simbólica. Y en muchos casos combinaba una buena dosis de violencia con amor y buenas ondas (esperanza, paz, buena vibra).

Pero si la palabra violenta, los hechos aún más y así fue que redujeron el presupuesto universitario, quitaron medicamentos del vademécum para los jubilados, dieron de baja las pensiones para discapacitados, se descuartizó la Ley de Medios, se fueron cerrando o vaciando de recursos humanos e insumos programas sanitarios, culturales y educativos, entre otras cuestiones. Y todo ello en medio del discurso de la positividad inteligente, las ganas de vivir, el entre todos podemos, vamos a sacar el país adelante juntos, cuando hay amor se mejora.

En el segundo año de gobierno –aunque no podría precisar desde cuándo- pasamos de la violencia simbólica a la vulneración de derechos sociales desde el propio Estado, y las primeras respuestas represivas a quienes resistían al ajuste en marcha: golpiza a los docentes que intentaron armar la Escuela Itinerante, desalojo a palos y balas de goma a trabajadores de Pepsico. Ahora nos encontramos con la violencia estatal. El caso paradigmático tal vez lo constituye la arbitraria detención de la militante social y política Milagro Sala, pero a ella le sucedieron (por nombrar algunos) la balacera a niños murgueros en Conurbano bonaerense, y las provocaciones -en algunos casos atropellos- en manifestaciones por parte de diversas fuerzas de seguridad estatal: Gendarmería, policías provinciales y federal etc.

Estas situaciones conllevan siempre la nominación de los sujetos a quienes se reprimen como sospechosos, peligrosos, violentos. Así los niños murgueros fueron agredidos porque buscaban algo en la casa de sus madres, pobres y por tanto potencialmente peligrosas. En el caso de las manifestaciones masivas eran los violentos, encapuchados (que prontamente fueron descubiertos que en general eran infiltrados por el propio gobierno o fuerzas de seguridad).

La desaparición y muerte de Santiago Maldonado nos instala en un sitio más peligroso aun, porque a los hechos se suman los discursos oficiales que lo justifican. Santiago Maldonado, ¿militante? ¿hippie? ¿infiltrado? Se escapó a Chile, lo financiaban no se quien…Esos discursos lo despojaron de cualquier tipo de humanidad. La autopsia confirmó muerte por asfixia. Sí, ahora la justicia debe investigar cómo se produjo esa muerte por asifixia. Como dijo su hermano Sergio, Santiago no andaba de turista en el sur, murió después de una brutal represión de Gendarmería al pueblo mapuche con el cual Santiago se solidarizó.

El sábado pasado, Rafael Nahuel dejó de ser un joven de 22 años que hacía trabajos de carpintería y plomería, que junto con otros familiares y amigos manifestaba en defensa de sus derechos ancestrales, para pasar a ser parte de “grupos violentos y usurpadores de tierras” en opinión de “Pato” Bullrich. La autopsia confirmó que lo mataron de un tiro por la espalda mientras corría, escapaba.

La ministra de Seguridad, la vicepresidenta de la Nación, el ministro de Justicia, por nombrar solo a algunos de los funcionaros involucrados, estuvieron rápido de reflejos: “los efectivos tienen que tener siempre el beneficio de la duda”, ya que ejercen la violencia “para cuidarnos a todos”. ¿A qué todos? A los que forman ese nosotros cada vez más selecto y restringido, pero en el que gran parte de la población aun se siente incluido. Entonces, ese nosotros y los otros se reactualiza: civilización y barbarie, indios y blancos, hippies y gente de traje y pelo corto, cabecitas negras y gente bien.

Quienes tenemos memoria y día a día trabajamos y militamos con gran parte de quienes se sienten “nosotros”, pero son tratados como “otros”, quienes nos topamos con jóvenes pobres que quieren ser policías y/o justifican el gatillo fácil, o con jubilados que cobran la mínima y sienten que están haciendo un sacrifico por la patria al dejar de tener medicamentos gratis, quienes trabajamos junto a padres de primera generación de estudiantes universitarios que repiten el discurso del presidente “Para qué tantos estudiantes universitarios”. ¿Qué hacemos? ¿Cómo? ¿Con quiénes?

En momentos que parecen ser de pura zozobra y pesimismo, es bueno volver a algunos clásicos que nos ayudan a comprender y emprender la tarea, como Antonio Gramsci, ese lucido intelectual italiano que invitaba a usar la inteligencia, aun cuando ésta nos vuelva más pesimistas, y acompañarla con la indignación y la voluntad.

Volver la indignación en acción: la palabra es una herramienta de acción, y quienes todavía estamos en un lugar privilegiado para reconocer y pronunciar palabras diferentes para los mismos fenómenos, debemos dar esa batalla: los empleados estatales no son grasa militante, ni ñoquis, los pobres son tan o más normales que la vicepresidente, y su posición en la sociedad es fruto de una relación: hay pobres porque hay ricos, los mapuches son tan o mas dueños de la tierra que quienes llegamos después a estas latitudes, los jóvenes no son delincuentes.

Sabemos que la hegemonía se ejerce fundamentalmente en términos de legitimación, lo que supone que la dominación no es sólo económica sino simbólica y cultural. Eso es lo complejo de desentrañar y revertir. Solo desde la hegemonía del sentido común que la Alianza Cambiemos está instalando, se explica la impunidad discursiva y la violencia estatal. De ahí la urgencia de recuperar a Gramsci:Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda nuestra inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque tendremos necesidad de toda nuestra fuerza”.