Cristian Maldonado

Cambiemos vive de la posverdad

La estrategia de campaña del gobierno parece tener como principal bastión argumentativo una muletilla tan impactante como insostenible: nos salvamos de ser Venezuela. Es el eslogan más usado de los últimos tres meses. Desde el presidente para abajo, lo repiten como loros funcionarios, candidatos, dirigentes advenedizos, empresarios y periodistas afines al macrismo. “Cuando veía las imágenes de lo que estaba pasando en Venezuela, cada vez más violencia, más agresión, más abandono, no pude dejar de pensar lo cerca que estuvimos de ir por ese camino”, amedrentó Macri días atrás, de campaña en Santa Fe. Y desde mayo para acá lo repitió más veces que el “sí se puede”. Arrancó unos días después del breve encuentro con Trump: “Íbamos en el mismo rumbo que Venezuela”, y lo mantuvo sostenidamente semana tras semana. En Córdoba incluso llegó a justificar la suba de tarifas con el mismo latiguillo: “Íbamos rumbo a Venezuela si no hacíamos esos cambios”.
Durante la campaña 2015 se usó también el cuco Venezuela, pero con más moderación y muy por detrás de las promesas con las que se estafó a los votantes. Ahora es sin duda el verdadero caballo de batalla electoral. Quizás porque a esta altura, con el tendal a la vista, las promesas rinden menos que las imágenes de una Venezuela en llamas. Como sea, es asombroso notar la disciplina con la que salen cada día a repetir el libreto, casi poseídos por el guionista: “Gracias a Dios nos salvamos de ser Venezuela”, ensaya Carrió ante las cámaras y se queda en silencio unos segundos como reparando en el infierno que hubiera sido. Frigerio: “Íbamos camino a ser Venezuela”. Julio Bárbaro: “Nos salvamos de ser Venezuela”. Cristiano Ratazzi: “El gobierno de Macri nos salvó de ser Venezuela”. Marcos Peña: “La Argentina iba a terminar como lo que hoy vive Venezuela”. Y así podríamos seguir durante toda la columna. Lo dicen y punto. Lo repiten como papagayos y pasa. Lanata fue un poco más original, no días atrás, que estuvo en la línea de los anteriores, “Vengo de uno de los futuros posibles de Argentina”, sino en el año 2012, cuando a la vuelta de un viaje a Venezuela se esmeró por oficiar de Nostradamus y profetizó durante todo un programa al que tituló: “Recuerdos del futuro”. Un tiempito después ya los medios del grupo y sus aliados hablaban de “Argenzuela”.
Aún no tuve la fortuna de ver o escuchar que alguien les pida en serio que expliquen, que defiendan ese postulado con fundamentos. Por supuesto que ahora sería un análisis contrafáctico, pero la verdad es que no había en 2015 ningún indicador político, económico ni social que hiciera pensar en algo así. Ni había antes ni hay ahora. Eran y son realidades muy distintas. De todos modos, si a pesar de las enormes diferencias forzáramos una comparación, sin mucho esfuerzo podríamos concluir que hoy Argentina se parece más a Venezuela en muchos aspectos que hace dos años. Por ejemplo, en términos de “institucionalidad”, que es uno de los ítems a los que más se alude, en nuestro país tenemos presos políticos. En el caso de Milagro Sala, no sólo con el rechazo de casi todos los organismos internacionales sino con situaciones extraordinariamente inéditas en tiempos de democracia como que el presidente de la nación deslice la posibilidad de hacer una consulta popular para que el pueblo jujeño opine si tiene que estar presa o no.
Siguiendo con la ruptura institucional, vale recordar que el presidente designó a dedo a Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti en la Corte Suprema, los jueces del ignominioso “dos por uno”. En el mismo plano, hay que decir que es obscena la persecución constante contra la Procuradora General, Alejandra Gils Carbó, quien ocupa un cargo que según la constitución es de por vida. Algunos legisladores de Cambiemos, como Pablo Tonelli, hablaron incluso de destituirla por decreto. Le pregunté al respecto al reconocido jurista Julio Maier y fue categórico: “Esto sólo pasó con gobiernos militares”. Y puestos a comparar, en términos de represión por ejemplo, también hoy Argentina es más parecida a la Venezuela actual que hace dos años. Por supuesto que son realidades completamente distintas, pero ya que el mantra de moda es Venezuela y estamos intentando una comparación, lo cierto es que acá creció notablemente el nivel de represión por parte de las fuerzas de seguridad del Estado: Pepsico, Tecpetrol, Escuela itinerante y podríamos seguir repasando así los más de 80 casos que contabilizan los organismos que registran casos de violencia estatal, según las cifras más conservadoras. O también, en aras de contrastar, podríamos intentar cotejar otros aspectos como la megadevalución del año pasado que desembocó en la inflación más alta de los últimos 14 años, a un tris de ser la más alta de los últimos 25, y que terminó a su vez con la mayor parte del pueblo argentino comiendo menos carne, menos frutas, menos verduras, en fin, alimentándose con menos proteínas, cosa que a escala muy superior, también pasa hoy en Venezuela.
A fines de 2016, el Diccionario Oxford eligió el neologismo “posverdad” como palabra del año. La define así: “lo relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Según Oxford, el uso del término “posverdad” aumentó un 2 mil por ciento con respecto a 2015. Lo atribuye a dos hechos políticos de gran relevancia, Trump y el Brexit. El mismo diccionario asegura que quien usó por primera vez el término fue un dramaturgo serbio-estadounidense llamado Steve Tesich en The Nation, en 1992. Hablando del Watergate, el Irangate y la Guerra del Golfo, escribió: “Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en algún mundo de posverdad”. En el libro En la era de la posverdad, 14 autores opinan sobre el tema. Uno de ellos, Jordi García, le respondió a El Periódico sobre la diferencia entre la mentira, los usos más groseros de la propaganda política, y la posverdad: “La toma de conciencia del instrumento es la diferencia para mí: lo que era una práctica política de emergencia se ha convertido en una rutina normalizada porque da frutos: un mecanismo de marketing político un poco más siniestro que los convencionales”.
Para ser francos, la Alianza Cambiemos usa la posverdad más que el WhatsApp. Parece ser una muy efectiva herramienta de manipulación y control social. Rinde a diferentes escalas. Para invadir un país con mucho petróleo por ejemplo, al asegurar la existencia de armas de destrucción masiva, o para asustar a votantes con las imágenes de violencia y crisis de otro país con mucho petróleo. Es el arte de generar ciertos consensos que logran que determinadas ideas sean aceptadas como si fueran verdaderas. A veces al gobierno se le va la mano y directamente apela a la fe: “La economía está mejorando pero no se ve en la calle”, o “Todavía hay mucha gente que no lo percibe, pero la Argentina está creciendo”.
El gran periodista y escritor polaco, Ryszard Kapuściński, lo resumió en una oración: “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. Actualizado podría quedar así: Cuando se descubrió que la información era un negocio, inventaron la posverdad.