Castrense, obispo y apologista
Santiago Olivera, el vicario castrense, escribió una carta de lectores en el diario La Nación donde reinstala la teoría de los dos demonios y pide, sin pudor, suavizar las condiciones judiciales de los condenados a delitos de lesa humanidad. Conocido como "el dueño del cura Brochero", fue obispo de Cruz del Eje, cargo en el que tuvo varias acomodadas de cuerpo según los interlocutores.
viernes, 17-agosto-2018

Para todo público: Olivera ponderó el memorial en la UP1 y también pide "memoria completa y sin ideologías".
Muy antikirchnerista, alma de gerente y sabio en el arte de acomodar el cuerpo. Así definió al obispo castrense Santiago Olivera -conocido en la curia como “el dueño del cura Brochero”- una persona que lo trató bastante.
Olivera mostró hoy todo lo que tiene de obispo y de castrense. En una carta de lectores que publicó en el diario La Nación, defendió a los genocidas de la última dictadura, dijo que se están cometiendo con ellos “intolerables e injustificables injusticias” y que esto se hace “embanderados en derechos del pasado”. Además, reflotó la teoría de los dos demonios y reclamó “una mirada compasiva sobre todos aquellos a los cuales les tocó vivir la locura del enfrentamiento fratricida de aquellos años”. “La situación de muchos detenidos por delitos de lesa humanidad es una vergüenza para la república: una discriminación nunca vista en democracia”, escribió. Fue un reclamo sin pudor por prisión domiciliaria, aplicación del 2×1, amnistía y olvido y perdón cristiano para los genocidas de 30 mil argentinos y los desaparecedores de 500 nietos. “Necesitamos transitar caminos de verdad y de justicia para alcanzar la paz. No podemos mirar la historia con un ojo solo”, reclamó. Los organismos de derechos humanos rechazaron y repudieron el mensaje.
El prelado llegó a la vicaría castrense luego de desempeñarese nueve años como obispo de la diócesis de Cruz del Eje, designado por el ex papa Benedicto IX. Desde allí fue uno de los principales impulsores de la santificación del cura Brochero, tarea que se puso al hombro y a la que dedicó gran parte de su tiempo en esas tierras soleadas. Con esta misión viajó mucho, se codeó con dirigentes locales y nacionales y mantuvo la puerta bien abierta en el Vaticano. Es porteño y fue discípulo del fallecido obispo de Morón, monseñor Jorge Laguna.
En Cruz del Eje se hizo conocido porque centralizó toda la recolección de fondos provenientes del corpus religioso-turístico-político brocheriano. “Era mucha la plata que se movía y él centralizaba todo”, dijo la fuente que habló con el portal Al Revés. En honor al nuevo santo, intentó construir una basílica similar a la de Río de Janeiro en Villa Cura Brochero, pero el propio Episcopado le bajó la idea y le sugirió una capilla más modesta, al estilo del nuevo santo.
Olivera sabe jugar en situación. En 2016, el gobierno provincial lo invitó al acto de lanzamiento de las obras del Espacio de la Memoria en la ex UP1, que incluye la preservación de la capilla original donde Brochero daba misa en el siglo XIX. Esas obras se dispusieron tras el amparo presentado por Luis Baronetto, quien había evitado el derrumbe de la cárcel de la dictadura. Olivera no fue al acto (monseñor Carlos Ñáñez sí), pero envió al gobernador Juan Schiaretti y al ministro Luis Angulo una carta elogiosa y llena de consideraciones positivas por la decisión de mantener la memoria religosa y de los derechos humanos.
Pocos meses después, en 26 de enero pasado, se conmemoró en Villa Cura Brochero un nuevo natalicio del sacerdote. Ya convertido en obispo castrense, Olivera se presentó en el predio de varias hectáreas donde se realizó la misa (cesión de la ex presidenta Cristina Kirchner) acompañado por “cuatro o cinco capellanes militares que llevaban la insignia del Ejército en el cuello”, según comentó la fuente mencionada. “Eran 200 curas y ellos eran los únicos de sotana, pelito corto, bien prolijos. Desentonaban con todos”, relató. La insignia del Ejército “es como un pin que se pone en cada lado del cuello de sacerdote”, describió.
No dejó fama de buen pastor entre la mayoría de los fieles cruzdelejeños. Es que fue más operador, gerente y jefe de curas que pastor del rebaño, aunque tuvo su carisma. Circula un video en el que se lo ve a Olivera maltratando a unos adolescentes del grupo juvenil de una iglesia de la ciudad. Habrian sido los propios padres quienes preservaron la figura del obispo.
Lo demás es comidilla de sotanas. Dicen que, celoso del cura popular de la villa brocheriana, durante los meses fuertes de la santificación, prácticamente le intervino la parroquia y se instaló allí. Quería tener más protagonismo. También se encargó de que la agencia de información católica (AICA) publicara la noticia de que un cura kirchnerista de Serrezuela había obtenido la dispensa papal para dejar los hábitos.
Olivera llegó a la vicaria castrense hace un año, tras un acuerdo entre el papa Francisco y el presidente Macri. Hacía una década que el cargo estaba vacante, concretetamente desde que en 2007 se fue monseñor Antonio Baseotto, echado por Néstor Kirchner luego de que amenazara al entonces ministro de Salud, Ginés Gonzales García, con arrojarlo al mar con una piedra atada a los pies por repartir preservativos en las escuelas.
No debería sorprender la cuasi apología de los genocidas de hoy. Hace poco, cuando Bergoglio y la Conferencia Episcopal Argentina le ordenaron poner a disposición de la Justicia las constancias de 127 actas de bautismos realizadas entre 1975 y 1984 en la capilla Stella Maris de la Escuela de Mecánica de la Armada, dijo: “Quiero una na memoria sin ideología, una verdad completa y una justicia en el sentido más amplio”.