Darío Gomez Pucheta

Ciudad sin derechos

Los invisibles son esas personas que todos los días vemos y naturalizamos como parte del paisaje urbano cuando corremos para hacer nuestras cosas.
Juana desempleada de barrio Villa Rivadavia anexo en la zona sur de la ciudad, promueve la organización de madres que crían a sus hijos con discapacidad mediante diferentes estratégicas que les permiten reutilizar telas, lanas y elementos que son desechados, para convertirlos en bolsas de compras o carteras de jean.
Diego en Villa Urquiza recorre con su caballo y su carro el Cerro de las Rosas en búsqueda de una changa que le permita llevar la comida del día, junta podas y escombros. Es su forma de vida, la que aprendió y puede hacer.
Mary, la chica que con su novio Lucas hacen malabares en una esquina de La Cañada se apuran a pasar la gorra, antes que Jony el limpiavidrios llegue a ganar sus propinas y no tener que competir por los automovilistas. Con eso comen, duermen frente a un bar bajo un toldo, en la que Germán su dueño, les permite pasar las noches de frío.
Todos fueron a diferentes dependencias del estado para solicitar colaboración para contar con mejores condiciones que les facilite la vida. En todos lados se encontraron con empleados públicos con voluntad pero sin recursos, ni capacidad de tomar decisiones que les satisfaga (en parte al menos) sus derechos a trabajar dignamente, a comer, a tener una vivienda, a acceder a las atenciones de salud que requieren.
Mientras, un grupo de ciudadanos se opone a la construcción de una avenida que destruirá el único espacio verde público del barrio. Es el único lugar donde sus hijos pueden jugar sin tener que pagar.
Oscar, Carolina y Augusto, organizan en sus dependencias estatales una medida de fuerza para solicitar a los funcionarios que atiendan las necesidades de sus áreas, no dan abasto con las demandas sociales, carecen de directivas para afrontar los problemas y cada día cuentan con menos recursos, se sienten desmotivados para enfrentar la demanda de los ciudadanos y el control de los funcionarios, que solo consiste en que estén presentes en sus lugares de trabajo, pero carecen de tareas y herramientas.
Todxs tienen algo en común, son vistos como inferiores, todos son un costo para las finanzas del gobierno. Todos dependen de sus fuerzas para satisfacer sus necesidades. Ninguno cobró herencias, ni posee cuentas bancarias que les den una renta para vivir. Todxs tiene que trabajar.
Por la tele y en la radio, dicen algunos funcionarios que hay que pasar por esto para luego estar mejor. Que se bajará el déficit, que sube el dólar, que el riesgo país volvió a subir y que la policía reprime una protesta de un sindicato estatal. En Buenos Aires los empleados de una autopartista cortan una avenida; después del corte comercial muestran la detención de un “narcotraficante” que tenía cinco porros en su bolsillo cuando caminaba por San Vicente.
Estas escenas (ficticias) que pueden ser de nuestra cotidianeidad, nos posibilitan ver a los invisibles, esas personas que todos los días vemos y naturalizamos como parte del paisaje urbano cuando corremos para hacer nuestras cosas que nos permitan no caer en la crisis. Los invisibles son el espejo de la supremacía del mercado y el consumo, son el resumen al pensamiento fundamentalista que pone por encima de todo la ecuación económica, que dice: quien pueda pagar tiene soluciones para la vida, el resto debe asumir su lugar en el mercado y si se revela, las fuerzas de seguridad se lo harán entender con la detención, con gases lacrimógenos o balas de goma. Todxs en privación de derechos, apelan a las estrategias de sobrevivencia que el mercado al que acceden les posibilita.
La ciudad ha dejado de ser un espacio urbano de ciudadanos, un encuentro para la vida en sociedad. Hace tiempo que Córdoba es un mercado de consumidores, en las que el estado dejó de regirse por la Constitución y la Carta Orgánica, para regirse por las “leyes del libre mercado”, el que puede pagar que pague y el que no, que se adapte y no moleste. Ya no hay bancos en las escuelas públicas, tampoco en las privadas. Sólo con tráfico de influencias y el pago correspondiente de la cuota, nuestros niños tienen “derecho” a la educación. Ya no hay salud pública, ¡eso es para quien no puede pagar! La “gente bien” se atiende en las Clínicas Privadas. No hay espacios públicos para quienes viven en barrios alejados del centro, no hay derecho a la recreación, al juego, eso no es productivo.
La ciudad, ya no tiene ciudadanos; tiene consumidores con “derechos por sus pagos”, los demás ven cómo se las arreglan.
Sin embargo, lxs ciudadanos aunque el mercado los margine por consumidores; pelean, quieren tener derecho a la ciudad, sostienen su ciudadanía con su trabajo de resistencia y sobrevivencia, porque aunque los dueños del mercado parecen no darse cuenta, la ciudad es el lugar de encuentro de los que no tienen nada, en especial nada por perder y todo por ganar.