Gonzalo Marull

El “cambio” que quiere desprestigiar a los artistas

Le preguntaron en un programa televisivo a Alejandro Rozitchner, filósofo y asesor presidencial, por qué los artistas no se acercaban a este gobierno y eran tan críticos con él. Yo hubiese agregado en ese grupo a los científicos, sociólogos, pedagogos y hasta a los mismos filósofos; pero parece que la entrevista buscaba dejar picando la pelota para que, “el filósofo presidencial del entusiasmo”, desprestigie a los artistas. Los ubique en un lugar donde puedan ser castigados.
Sus respuestas rozan el horror: “un artista popular no entiende la política. Porque está cortado por otro patrón y tiene una involucración con la política muy ligada a los símbolos, casi como de fantasía”, dice el mismo señor que había manifestado no hace mucho que el pensamiento crítico es algo negativo. Hasta se atreve a decir que Spinetta era un demagogo. Cuando la nota es replicada en medios virtuales hegemónicos, que dan lugar al comentario de esa masa opinóloga generadora de violencia constante, es realmente muy triste leer el concepto que tiene “la masa”, a la que no logro nombrar como ciudadanía, sobre los artistas. Creen que un artista sólo hace, o tiene ideas políticas y pensamientos ciudadanos, por plata, por dinero, por interés. Nunca por amor, deseo, convicción, afán transformador o ciudadanía.
Obviamente se me ocurre pensar en el fracaso de una educación que sólo busca formar sujetos empleables, vinculando todo a la obtención de dinero. Una educación en donde la realidad humana es la competencia, competencia que genera una sociedad de violencia constante dando el derecho general para pisotear a los demás y finalmente donde la prensa más ordinaria termina haciendo elogio de esa violencia.
Una educación que fracasa es la que no nos ayuda a soñar con enamorarnos, a hacer cosas inútiles que nos mostrarán que en la vida no todo tiene que ser utilitario, a imaginar y a pensar críticamente. Mientras no enunciemos que las sociedades deben construirse en base a la asociación y no a la competencia, permaneceremos en el elemento primordial de la violencia.
Hemos fracasado si nuestra sociedad cree que los artistas son neutros, vagos, inútiles y que deben permanecer callados. Porque ni siquiera hemos logrado rastrear su origen occidental. Porque ni siquiera sabemos que la primera asamblea de la humanidad fue, por ejemplo, una obra de teatro. Porque sin pensamiento crítico e imaginación sólo quedan esclavos obedientes, que abdican y se inclinan ante el poder de turno.
Este gobierno, a través de su vocero, nos quiere hablar de diálogo y de amor. Pero no podemos enseñar a amar, si no amamos. Y justamente el amor se refiere a esa parte de la humanidad que no está entregada a la competencia, al salvajismo; ya que, en su intimidad más poderosa, el amor exige una suerte de confianza absoluta en el otro.
No confían en los artistas, porque su forma de pensar se los impide. Quieren manejar el país como una empresa. Y en eso justamente los artistas nunca se van a prender.
Los artistas, los científicos, los pedagogos, los sociólogos, los filósofos, los ciudadanos, estamos acá para decirlo en voz alta: la competitividad, el odio, la violencia, la rivalidad y la separación no son la ley del mundo.
Ahí donde hay un pensamiento humano activo y sensible, habrá un combate para librarlo de los intereses y la potencia del mercado.
Un artista, señor Rozichner, es quien pone un signo de pregunta ante la certeza violenta de los poderosos.