Julia Reartes

El despojo de la niñez

El relato, la imagen, la vida, los adultos que alientan y que forman parte del escenario montado para la ocasión, las palabras dichas por un niño, las falsas lágrimas de quienes comparan infancias, provocan. Espectáculo ofrecido en canal televisivo el domingo por la noche. Jorge Lanata, Canal 13.
Vaya uno saber el propósito de tal despropósito: violar en un solo capítulo de un programa, todos y cada uno de los derechos humanos de niños, niñas y adolescentes.
Podemos enumerar y listar: el derecho a no ser discriminado por la condición social, económica, cultural, religiosa, sexual y/o por cualquier otra circunstancia que hace que la vida de un niño o niña sea como es; el derecho a que se preserve la intimidad, el derecho a un vida sin injerencias arbitrarias; el derecho a recibir una protección integral; el derecho a no ser estigmatizado, el derecho a una vida sin violencia (física, psíquica, simbólica, mediática); el derecho a recibir y contar con protección del Estado. Todos y cada uno de ellos violados en tiempos televisivos y reales, y ante cada réplica y repetición.
Específicamente se ha vulnerado el derecho a que no se trasmita una imagen de la infancia pobre, casi siempre ligada a la violencia y los delitos. Estereotipos que solo estigmatizan, marginan y discriminan, y que en nada sirven para aportar a análisis desprovistos de prejuicios.
Decimos al comienzo que la difusión de la vida de un niño -en especial situación de desprotección-, relatada en primera persona, sin duda que provoca, y que quizás sirva preguntarse cuál es el motivo de tal provocación.
Es improbable que tenga por fin visibilizar la situación de pobreza y exclusión en que viven 5,6 millones de niños, niñas y adolescentes en nuestro país. Según informe de UNICEF, en base a datos del Indec, la pobreza en esta franja de edad creció conforme la última medición en el tercer trimestres de 2016.
Para dar cuenta de tal situación hubiera bastado con la difusión del informe de UNICEF, acompañada con la pregunta hacia los responsables estatales de garantizar derechos reconocidos a favor de la niñez y adolescencia.
Es igualmente improbable que haya tenido como propósito cuestionar la violencia policial selectiva, de la que son víctimas cotidianas aquellos niños y niñas que viven en la pobreza.
Si ese hubiera sido el fin hubiera bastado con un informe de la aplicación arbitraria, ilegal y desmedida de medidas de coerción policial.
Remotamente improbable que el fin de la nota haya sido denunciar la situación de niños,
niñas y adolescentes que requieren de algún programa de asistencia para tratar la problemática de las adicciones.
Con informar el funcionamiento del entramado delictivo en la venta y tráfico de drogas, el rol de algún sector policial y judicial en ese entramado, y la consiguiente y notable ausencia Estatal en programas específicos, ya hubiera sido más que suficiente.
Y así, podríamos seguir intuyendo propósitos, sin que ninguno de los aquí manifestados justifique ni por asomo, el trato cruel, indignante y degradante al que fue sometido un niño de 11 años de edad en el programa Periodismo Para Todos que conduce Jorge Lanata.
Los medios dominantes imponen su mirada sobre la realidad, poco importa para ellos si esa mirada coincide o no con la verdad.
También quieren imponer su mirada sobre el derecho y los derechos. Este niño de 11 años, ofrecido así, como una víctima más de lo que no es, pero que quiere instalarse como verdad, y lo muestran, despojado de bienes materiales y simbólicos, de políticas públicas, sin que se cuestione ni por un momento la responsabilidad estatal.
Y lo que es peor aún: lo despojan de todos sus derechos para mostrarlo solo como destinatario de políticas de represión y castigo, en lugar de sujeto con derecho a la más amplia protección justamente por su condición de vulnerabilidad.
El desprecio por el derecho y los derechos, puesto de manifiesto, nos recuerda al genial José Saramago, quien nos advierte: “…entonces comprenderéis, demasiado tarde, que los derechos solo lo son íntegramente en las palabras con que fueron enunciados…comprenderéis en fin, que el simple sentido común ordena que los tomemos como mero símbolo de lo que podría ser…y nunca como su efectiva y posible realidad (Ensayo sobre la lucidez).
Quizás dependa de nosotros que los medios dominantes no nos impongan también su mirada sobre los derechos: un mero símbolo de lo que podría ser.