Cristian Maldonado

El mayor cuento del tío

“¿Cómo te llamás vos?”, le preguntó de golpe Macri a un hombre que lo escuchaba a menos de un metro del escenario. Mirándolo atento, concentrado en la acción, esforzado por darle cierta naturalidad, el presidente repitió sin prisa lo que le respondían desde abajo: “Claudio. Claudio Moreno. Obrero del vidrio”. Y de inmediato completó el acting: “Claudio, sabés Claudio que vengo de EE. UU., de verlo al presidente Trump, y ¿sabés de qué le hablé?, le hablé de vos. De vos, de vos, de vos, ¡de todos los que estamos en este país, de que son buena gente, de que somos buena gente!”, profería exaltado en tono de pai, mientras señalaba con el dedo distintos puntos en el horizonte del micro estadio de Ferro.
Lo escuché primero en vivo, mientras hacíamos el programa de radio, y me impresionó tanto la escena que después me puse a verlo varias veces más, para tratar de entender por qué. A algunos podrá parecerle ridículo, a otros un chamuyo descarado, demagogia de mal gusto, quizá haya quienes piensen que de tan inverosímil no cuaja ni en los niños. Pero al mismo tiempo es imprescindible entender que se trata de un eslabón más de la exitosa estrategia de comunicación de Cambiemos, que escenas como ésa representan el corazón del discurso que catapultó a Macri nada menos que a la Casa Rosada por la vía del voto. Es más, la subestimación de estas novedosas prácticas configuró un aliado fabuloso en tiempos electorales. Quién sabe a ciencia cierta por qué penetró tan hondo en una porción tan amplia de la sociedad, hay mil hipótesis, pero lo real es que la estrategia Durán Barba dio resultados impensados. Aquel sincericidio de Sturzenegger, con cara de pícaro, confesando que el consultor ecuatoriano le pedía expresamente que no contara la verdad: “Si vos explicás qué es la inflación, vas a tener que explicar que la emisión monetaria genera inflación, que entonces debería reducirse la emisión, y que si entonces hacés eso, tendrías que hacer un ajuste fiscal, y que si hacés un ajuste fiscal, entonces la gente va a perder su trabajo y eso es lo que no queremos que digas”.
Hace algunos días, el ministro de finanzas Luis Caputo se salió del libreto por un instante en Washington y le confirmó a varios colegas lo que a esta altura ya es un secreto a voces: que después de las elecciones habrá ajuste. “Vamos a ajustar, pero no brutalmente”, aclaró. Claro que esta exitosa estrategia de comunicación no hubiese sido posible sin la inestimable contribución de los medios de comunicación más influyentes de nuestro país, que no se alarman ni ante la comprobación de decenas de estafas electorales, ni ante las contradicciones más flagrantes y escandalosas, ni ante escenas como las del lunes en Ferro, en donde Macri pasó sin escalas de la “pobreza cero” al “trabajo para todos”, como si estuviera invitando una ronda de cervezas en la barra de un bar.
En muchos países de América Latina, la expresión ‘el cuento del tío’ supone una estafa, una estafa consumada a partir de una historia conformada por aspectos creíbles y otros tentadores, pero sobre todo fundada en la confianza, la ingenuidad, la ignorancia y también la ambición de las personas que lo sufren. En nuestro país, daría toda la sensación de que estamos viviendo un cuento del tío tras otro o, en todo caso, un monumental cuento del tío al cual todavía no se le advierte el fin. Es difícil explicar, si no, lo que pasó y lo que de alguna manera sigue pasando. Quienes practican cada día ese cuento del tío logran a cada rato una nueva promesa y al mismo tiempo nuevas excusas para intentar justificar la ausencia de resultados. Primero fue la herencia, después fue la herencia y más tarde siguió siendo la herencia recibida. Fueron alejando el segundo semestre tanto como les fue posible, ilustrando el escenario con brotes verdes y una supuesta luz al final del túnel. Hay que reconocer que el gobierno eludió con mucho éxito el conflicto social, los paros y las protestas durante un asombroso período de tiempo, si uno lo juzga en función de los ajustes padecidos por el pueblo argentino, quizás haciendo uso de la luna de miel, del marketing, de la paciencia de muchos de sus votantes y de otras habilidades novedosas de esta derecha moderna y perfumada.
Lo que es verdaderamente sorprendente, al menos para mí, es ya no que haya tenido el efecto electoral que tuvo sino que ahora, después de casi un año y medio de una gestión repleta de ajustes, pérdida de poder adquisitivo de los laburantes y concentración desenfrenada de la riqueza, siga surtiendo efecto. Que hayan logrado por ejemplo instalar la idea de que no tenían otra que hacer lo que hicieron como resultado de la bomba que les dejaron. Que una gran parte de la sociedad compre y se convenza de que no había alternativa, de que se vivió algo irreal, de que había que pagar la fiesta, mientras se hacen todos los negocios en tiempo récord y convierten obscenamente el Estado en un aguantadero de Ceos que siguen jugando para las multinacionales de las que proceden. Y que se tolere que le pidan al resto que se arremangue y haga el esfuerzo. Que personas de carne y hueso que caminan la calle a diario no adviertan que están padeciendo las inevitables consecuencias de las decisiones políticas de beneficiar a unos en perjuicio naturalmente de los otros, hay que decirlo, es un logro bestial por parte del gobierno y sus estrategas. La estrategia consiste en perpetuar la idea de que nos tenemos que arremangar todos, de que hay que transpirar y ser austeros todos para pagar los pecados del gobierno anterior y salir adelante, cuando en realidad los datos dicen que los únicos que están saliendo adelante, los únicos beneficiados de este modelo son los que conforman la pequeña porción más rica de Argentina. Esto es, como decía un querido amigo, animémonos y vayan. Animémonos y pongan ustedes de su plata, de su esfuerzo, para que los ricos tengan más.
Porque los datos de la realidad, los oficiales incluso, son lapidarios: más allá del bla bla y los buenos modales, los datos duros vienen confirmado, desde el comienzo, que en nuestro país creció velozmente la desigualdad: el 10 por ciento más rico aumentó su ingreso casi en un 50 por ciento. Empeoró la distribución del ingreso y los sectores altos pasaron de concentrar el 26,6 al 28,5 por ciento de la riqueza. El diez por ciento más rico de los hogares aumentó su ingreso medio en el último año de 34.330 a 51.321 pesos, un 49,5 por ciento. Y los números que se publicaron este año van en la misma dirección: el 10 por ciento más rico obtuvo ingresos 2.500 por ciento superiores al 10 por ciento más pobre. Hasta ahora, en base a los datos, lo que el gobierno de Mauricio Macri vino a “normalizar” no es otra cosa que la distribución del ingreso según su propia perspectiva de lo que es normal y de cómo debe estar repartida la riqueza. Y como está archicomprobado que la principal causa de la pobreza es la riqueza, el resultado es millones de nuevos pobres.
Quizás el summun, el momento bisagra de la estrategia de comunicación del Pro, date del día en que decidieron finalmente cruzar la General Paz. Para ello hacía falta más y tal vez por eso resolvieron postular a Macri como un revolucionario moderno. “Macri es revolución, Macri es revolución” fue la consigna elegida por la juventud Pro a fines de 2012, durante un acto en La Plata, del que participó el propio Mauricio Macri. Los jóvenes lucían entonces remeras amarillas con el rostro de su líder sustituyendo al del Che Guevara. Quien por esos días era director de Juventud de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Nicolás Pechersky, ahora en el temido Ministerio de Modernización, explicó en su Twitter por qué: “Mauricio es revolución porque por definición ser conservador es querer dejar las cosas como están. Que los ricos sigan ricos y los pobres sigan pobres (…) La revolución entendida como el cambio radical al sistema que nos imponen”. Y si uno sacude dos minutos el historial de consignas macristas, aparece una y otra vez la palabra revolución como un axioma clave en el universo del marketing Pro. Además de la tan anunciada “revolución de la alegría”, Macri ostenta una incansable destreza para prometer revoluciones en todos los rubros: a comienzo de año, en el Congreso, anunció la “revolución educativa”, pero ya en 2015 había prometido hacer una “revolución en la educación pública”, y prometió además hacer una “revolución productiva en el campo”, y una “revolución tecnológica”, también una “revolución verde”, y una “revolución del empleo”, mientras anunciaba como un logro la primera flexibilización laboral de su gestión, y hasta uno de sus ministros anunció una “revolución del aire”, sólo tres días después de que imputaran al presidente por la adjudicación de rutas aéreas.
En fin, quizás uno de los grandes desafíos de la humanidad sea descifrar alguna vez por qué los pobres y las clases medias llegan a votar a gobiernos que gobiernan para las clases altas. Probablemente el mayor logro del neoliberalismo sea conseguir que un pobre vote a la derecha. Con toda la complejidad del caso, metiendo en la bolsa todo: las deudas y errores de los gobiernos populares, las maquinarias mediáticas a todo vapor, el rol del poder económico, del Poder Judicial, los aciertos y desaciertos de las estrategias electorales, el notable impacto del marketing. Veremos qué pasa cuando lleguen las elecciones y el pueblo argentino tenga la posibilidad de plebiscitar la gestión de Cambiemos.
Hasta ahora en Argentina la única revolución que vimos es una inédita: la revolución de los ricos. Y fue posible, entre otras cosas, gracias a uno de los más formidables cuentos del tío de los que se tengan memoria en esta parte del mundo.