Andrés Daín

Entre la reivindicación y la apertura

Las elecciones se avecinan, los tiempos políticos se aceleran y cada vez es más copiosa la lluvia de encuestas, análisis, nombres propios, operaciones de prensa y carpetazos. Toda esta maraña de información llena intencionadamente de dudas (o, lo que puede ser aún peor, de falsas certezas) a los ciudadanos en general y los actores políticos en particular. Se publican números para imponer escenarios o para desgastar liderazgos: la más delirante de estas operetas es la que viene pregonando la posibilidad de arrebatarle el liderazgo del peronismo a CFK ganándole en las PASO. Pululan supuestos analistas “serios” que afirman caprichosamente que el kirchnerismo es un ciclo terminado, que es parte del pasado. Y a cada lanzamiento de candidatura parece corresponderle una sucesión de operaciones de prensa y/o judiciales, sea para promoverlo o esmerilarlo. En este contexto parece difícil pasar algo en limpio, no ya siquiera para prever el escenario de agosto, sino al menos para discriminar hipótesis de coyuntura, mínimamente rigurosas, de burdas e intencionadas manipulaciones. Sin embargo, no hay dudas que el camión electoral empezó a rodar y, con ello, los melones parecen ir acomodándose.
Lo que primero resalta es que tras prácticamente un año y medio de sucesivos intentos de reducir al kirchnerismo a poco más que una banda de delincuentes que tomó el Estado por asalto, los números de intención de voto que tanto el FpV como CFK mantienen parecen demostrar una vez más que el kirchnerismo, antes que una masa manipulada y engañada, es un identidad política lo suficientemente sólida como para resistir magnos embates políticos, mediáticos y judiciales. Si a esto le sumamos los movimientos que vienen realizando los dirigentes del arco opositor, por lo menos aquellos que se identifican con la necesidad de unificar la oferta política del campo nacional y popular, entonces parece ir evidenciándose que el FpV es el espacio que encarna la oposición a Macri de manera más contundente (números de encuestas). En este contexto, la conclusión provisoria sería que cualquier articulación política popular no sólo deberá contener al kirchnerismo, sino que inexorablemente éste deberá ser su protagonista. Ahora bien, si esto es cierto, entonces el arco opositor estará estructurado en torno a dos puntos.
Por un lado, el kirchnerismo será la identidad hegemónica de una articulación nacional y popular que lo exceda. Lo propio es mucho, pero no es suficiente para construir una nueva mayoría (aunque no hay que perder de vista de que sí le podría alcanzar en 2017 para ser la primer minoría en Buenos Aires), lo que implica el desafío de ampliar, algo por cierto nada extraño a su propia historia. Si se trata de sumar aquello que no está dentro, ir más allá del “núcleo duro”, entonces el kirchnerismo deberá posibilitar una relativa pluralidad de formas de posicionarse frente a él. Si no alcanza con las posturas puramente reivindicativas, habrá que darle la posibilidad de sumarse a otras miradas más matizadas y críticas. Desde este punto de vista, la nueva articulación política emergente tendrá obviamente el límite del macrismo-neoliberalismo, pero también tendrá el límite del antikirchnerismo recalcitrante. Todo lo que caiga entre ambas fronteras, deberá ser susceptible de ser articulado. Posiblemente aquí podamos encontrar una vara para empezar a observar y valorar los diferentes intentos por construir nuevos liderazgos: su verosimilitud dependerá, sin dudas, de su capacidad no solamente de presentarse frente a los propios como una encarnación legítima, sino sobre todo de sus posibilidades de sumar (tanto votantes como dirigentes) más allá de las propios límites. En este camino, la experiencia del 2015 ofrece una clara moraleja. Tanto la teoría de los votos propios como la del votante medio desideologizado, así como las estrategias de moderación ideológica y de deskirchnerización que de ellas se derivaron, no sólo son ineficaces sino que son una verdadera quimera. A esta altura de los acontecimientos, debería estar claro que no se trata de esconder ni de simular ser lo que no se es, sino que se trataría de encontrar los modos adecuados (en el sentido de que habiliten una diversidad de maneras de pertenecer) de reivindicación.
Por el otro lado, si con el kirchnerismo sólo no alcanza, tampoco es menos cierto que una oposición sin él o bien es sólo una entelequia de algunos editorialistas y dirigentes despechados o bien no será una verdadera oposición al neoliberalismo. Desde este punto de vista, los intentos por hacer del peronismo una “oposición racional” no son más que modos de construir un sistema de partidos que sólo puede sostenerse en base a una exclusión (la del kirchnerismo) reducida al lugar de la pura maldad. Algo por cierto no sólo poco democrático, sino sobre todo completamente a contrapelo de la realidad, toda vez que este espacio aglutina a no menos de un tercio del electorado. En este sentido, todos aquellos sectores (peronistas, progresistas, sindicalistas, movimientos sociales, etc.) que se han ido alejando del kirchnerismo también deberán revisar su postura crítica, no para convertirse en pragmáticos obsecuentes sino para formar parte de una nueva mayoría que resista los embates del neoliberalismo, lo cual exigirá una lectura más equilibrada de los 12 años de gobierno k así como del liderazgo de CFK.
En definitiva, las posibilidades de construir una nueva alternativa popular dependerán de una articulación que deje margen para una pluralidad relativamente amplia y heterogénea de posicionamiento frente a la experiencia k y frente al propio liderazgo de CFK. Si el kirchnerismo y CFK quedan entrampados en una lógica puramente reivindicativa y se van configurando como una suerte de paquete cerrado que se compra en su totalidad o se está fuera, entonces sus posibilidades de representar algo más que aquello que fue se verán seriamente amenazadas.
De lo que se trata, estimadxs, es que el grito de “vamos a volver” pierda su contenido literal y sea el nombre de un nuevo proyecto nacional, popular y democrático que esté a la altura de las nuevas demandas y necesidades de las grandes mayorías.