“Había más de 300 personas, pero sólo se escuchaba el viento”
Miguel Ruiz Díaz viajó a Malvinas. Su hermano, Gabino, fue el primer soldado identificado de los 90 argentinos que ahora tienen una tumba con nombre en el cementerio de Darwin. “La herida siempre va a estar, pero ahora sabemos dónde está”, relata.
miércoles, 28-marzo-2018

90 de las tumbas del cementerio de Darwin ahora tienen nombre y dejaron de ser una incógnita.
Como la de Miguel Ruiz Díaz, hay otras 89 historias en las tumbas del cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas. Esas tumbas que desde hace poco tienen un nombre y apellido, en lugar de las placas genéricas que indicaban “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. “Mi hermano fue al primero que identificaron, por una medallita”, cuenta Ruiz Díaz, recordando el inicio del recorrido que concluyó esta semana con el viaje a Malvinas. A fines del año pasado, le comunicaron a su madre la identificación de Gabino y le enviaron sus pertenencias: algunas ropas, su pañuelo, una gorra y un reloj.
Miguel cuenta que su madre viajó tres veces, pero siempre fue a llorar a tumbas anónimas. “Había cruces, pero no se sabía el nombre de mi hermano, no se sabía nada”, relata. Gabino cayó el 29 de mayo de 1982 en la batalla de Pradera del Ganso. Un círculo que cierra ahora con la identificación de sus restos. “Tenía 18 ó 19 años. Era un pendejito. La herida siempre va a estar, pero por lo menos ahora sabemos dónde está”, dice Miguel.
Sobre la ceremonia en Malvinas, Miguel detalla que la delegación argentina estaba integrada por 248 personas (entre familiares y autoridades). Con los isleños y autoridades británicas sumaban más de 300. “Había esa cantidad de gente, pero no se escuchaba ni una voz. Todo en silencio. Sólo el viento, frío y piedras”, grafica Ruiz Díaz. Luego, ingresó la guardia de honor con gaiteros ejecutando distintas marchas. Finalmente, un cura dio una misa –en español- y bendijo las tumbas de los que así lo desearan.
Miguel es un tipo que, por la voz, se percibe duro. Pero en el transcurso del relato pierde su condición rocosa: “Pensás que él estuvo ahí, es impresionante. Te agarra frío, te agarra calor, no sabés qué hacer. Me empecé a imaginar a mi hermano ahí, en ese lugar”.
Al volver a Buenos Aires, los esperaba un grupo de excombatientes con una bandera celeste y blanca gigante. Ahí Miguel pudo darle cierre a la historia de su hermano y soltar su emoción: “Te hacían pasar por debajo de la bandera al descender del avión. Ahí sí me quebré del todo”.
“Fue una locura”
El hombre, oriundo del Corrientes profundo, se reservó una reflexión para la dictadura militar, que decidió emprender una guerra y mandar a jóvenes argentinos a morir en el frío: “Los que decidieron hacer la pelea se escondieron y les mandaron a los chicos. Eran chicos de las provincias, del Chaco salteño, en el viaje había mucha gente de las comunidades indígenas”. Los muertos, como casi siempre, los ponen los más pobres. “No le encuentro explicación a esta guerra, fue una locura”, concluye.