Cristian Maldonado

La conciencia de Cambiemos

Desde hace algún tiempo, cada vez que hablo con algún consultor le pido que me explique, con fundamentos verosímiles, por qué Elisa Carrió goza supuestamente de tan buena imagen en un amplio sector de la sociedad argentina. Por qué la ponen siempre en el top five de los políticos con mejor imagen. ¿Cuáles son las razones que encuentran a la hora de interpretar esas encuestas? Y son consultores de los más distintos palos y cercanías. Desde los que trabajan para el macrismo, hasta los que tienen una mirada más crítica. Me inquieta, no logro entenderlo, siento una profunda curiosidad de saber por qué. Y no lo consigo.
En realidad lo veo como un fenómeno difícil de calificar. En un principio, cuando emergió como una novedosa figura política después de 2001, quizás era más comprensible, convertida de pronto en una metralleta de denuncias contra la corrupción de entonces, la apelación al “honestismo”, sus notables cualidades actorales y comunicativas. Bueno, eran argumentos que se sostenían al calor del “que se vayan todos”. ¿Pero después? Después de, entre otras muchas cosas, haber trazado un extenso camino público repleto de las más flagrantes contradicciones políticas. Porque no se trata de una imagen positiva, producto de las pasiones que genera una estrella de rock, o de las que genera un diez de mítica zurda endiablada al que sus fieles le perdonan cualquier cosa por amor, sino de una supuesta aceptación devenida de la idea de que es una política honesta, coherente y, sobre todo, que dice la verdad. Que dice la posta. Ella misma se cansó de hacer autolobby con eso: “Me ama todo el mundo, porque la gente sabe que le digo la verdad”, o: “Que la gente que quiere la República rece por mí. Prefiero inmolarme, pero no seré cómplice”.
Ahora, también es cierto que es una “buena imagen” que actualmente no se traduce en votos. O en votos directos al menos. Carrió supo ostentar en su momento una gran tracción electoral. En 2003, por ejemplo, logró más de 2.700.000 votos, y en 2007, más 4.400.000. Ahora, a juzgar por los resultados de las últimas PASO, su base electoral se encogió a poco más de 500.000 sufragios. El 2,28 del padrón. En las filas del PRO lo saben perfectamente, pero la necesitan adentro de Cambiemos para jugar a la “fiscal sin cargo de la República”. Para oficiar de conciencia moral. Y a eso juega. Practica una especie de acting pimpinelezco cada vez que el guión lo pide. Hace un par de días, apareció una vez más sentada en un set de TN, y sacó a relucir sus comprobadas dotes actorales en una escena en la que pareció enviarle un mensaje al chapulín amarillo: “¿Quién me va a defender a mí señor Macri, que siempre pongo la cara por usted? Yo tengo que acusar a todos y defender a un montón más. Y a mí, ¿quién me defiende?”, reclamó y después soltó un bonus track: “Yo no puedo formar parte de un gobierno donde la señora (Silvia) Majdalani -subdirectora de la AFI- me sigue, me escucha, me saca fotos”.
Desde que la Alianza Cambiemos eligió a Elisa Carrió para obrar de conciencia moral, a Macri lo máximo que llegó a decirle fue cáspitas, recórcholis. Eso fue lo más duro. Antes le decía estúpido, delincuente, incompetente, pinchateléfonos serial, corrupto, contrabandista, bancador de barras brava, mil cosas. Vale la pena ir un minuto al archivo de esta dirigente que, según los consultores, tiene buena imagen porque hay mucha gente que la cree coherente y llena de verdades. Año 2007: “La sociedad me puede pedir que nos juntemos. Lo que no me puede pedir es que nos juntemos con corruptos”, contestó cuando le preguntaron por Macri y Roberto Lavagna. Año 2009: “Está claro que Mauricio Macri tiene una incompetencia feroz. Alguien le tiene que decir: ‘You are stupid’”. En el año 2010 le preguntaron por el fallo de la Cámara federal que confirmó el procesamiento de Macri por las escuchas ilegales y respondió: “Está bien fundado (…) El hecho de que nosotros cuestionemos a Oyarbide no quiere decir que los hechos que se le imputan a Macri no sean ciertos. Las escuchas existieron. Macri designó a quien designó y lo hizo sabiendo que (Jorge) Palacios era un delincuente y esos hechos son graves. Muy complicado en el caso AMIA. Montenegro y Macri deciden designar a este hombre, el Fino Palacios, absolutamente cuestionado, para crear la nueva policía, con lo cual iban a crear la peor policía. Lo que hace el Fino Palacios es traer gente de la Policía Federal y ponerla en distintos cargos. Esto se hace con el conocimiento de Montenegro y el conocimiento de Macri. Y empiezan las escuchas, incluso contra docentes, terrible. Acá Narodowski no tiene nada que ver, tienen que ver Montenegro y Macri”. Y una más, en 2011: “Hay dos candidatos que garantizan la impunidad: Cristina, con todos los negocios del kirchnerismo y Macri, con todos los negocios de su padre y de su primo, Calcaterra, con Lázaro Báez. Nadie va a investigar al marido de ella y nadie va a investigar al padre de él.”
Después del minuto de archivo hay que decir que ahora juega a la perfección el papel que le encomiendan que juegue. La voz de la conciencia. Que frunza por ejemplo el ceño cuando explota lo del Correo, que se arme una sorprendente expectativa mediática entorno de lo que vaya a opinar Carrió, pero que un rato después salga a decir, está bien, ya lo vi, no es tan grave. Y también al revés, que se meta al barro cuando la ocasión lo demande. Hace falta entonces un palo a Ritondo: “Me persigue, me hace inteligencia”. O a Lousteau: “No sé a qué vino”. O un palo a Jorge Macri y ahí está ella: “No voy a avalar delincuentes en las candidaturas”. O que sencillamente le haga de tapón al radicalismo, que pide a gritos que lo dejen de ningunear. Vale recordar que en una de las últimas referencias públicas de Raúl Alfonsín hacia Carrió, él confesó: “Es enemiga de la Unión Cívica Radical, de lo peor que se pueda pedir en cuanto enemigo porque es hipócrita, se hace la que nos quiere y va pasando la ambulancia por todo comité para ver si consigue un radical que la apoye”. Bueno, y como recompensa, vienen los acuerdos y los piropos de Rodríguez Larreta: “Es un orgullo que Lilita sea nuestra candidata en la ciudad”.
Por eso me pregunto cuáles son las verdaderas razones por las cuales los consultores aseguran una y otra vez que Carrió es una de las cinco políticas argentinas que gozan de mayor prestigio según sus encuestas. ¿Es cierto que hay tantas personas que piensan eso? ¿Por qué? ¿Por qué le valoran justamente la coherencia y la nariz corta? ¿Mentía antes o miente ahora? Varias veces le pregunté esto a dirigentes del PRO y sólo logré sonrisas pícaras, o “no me consta” y hasta un curioso “al final las denuncias de Lilita terminan siendo ciertas”.
Me contó la periodista Marta Dillon que mientras hacía Santa Lilita, biografía de una mujer ingobernable, una vez Carrió llegó a contarle que tenía charlas, charlas nada más y nada menos que con Dios. En fin, hasta ahora ha demostrado tener una rara habilidad para decir cualquier cosa impunemente y que el archivo no le lastime la imagen entre los suyos. Aunque hay que reconocer también que los medios con los que habla, la verdad, la pura verdad, le hicieron la onda. Mejor que en casa. Nunca le preguntaron por ejemplo, por qué en el año 2003, cuando Lanata le consultó por el resultado de la elección en la ciudad de Buenos Aires, ella valoró aliviada: “Que haya sido derrotado Macri… La verdad que era como un parto. Yo no sabía cómo iba a explicarles a mis hijos que empresarios ligados al robo del país pudieran ganar”. Antes, en plena campaña, ya había dejado claras sus preferencias: “Creo que el mejor candidato a jefe de Gobierno es Aníbal Ibarra. Y más frente a un contrabandista como es Macri”.
“¿Quién me va a defender a mí señor Macri, que siempre pongo la cara por usted? Yo tengo que acusar a todos y defender a un montón más. Y a mí, ¿quién me defiende?”. Después de un nuevo acting, Lilita sonríe, se frota las manos, traga saliva y escribe en su twitter: “Quiero que @mauriciomacri sea un GRAN PRESIDENTE. Trabajo para eso, soy su socia y a veces me enojo pero estoy firme con su gobierno”.