La contrarrevolución cordobesa
Recién el 30 de mayo llegaron extraoficialmente a Córdoba las noticias del levantamiento en Buenos Aires, que fue desconocido por las autoridades locales, aferradas al poder de la colonia que representaban Sobremonte y Liniers. Pero esa rebelión fue rápidamente sofocada por los revolucionarios porteños, iniciándose en esta Provincia un período políticamente conflictivo hasta la declaración de la independencia en 1816.
jueves, 25-mayo-2017

En Cabeza de Tigre, sudeste de Córdoba, Liniers y otros jefes contrarrevolucionarios son fusilados por Castelli. (Fuente: pintura de Wikipedia)
Por Camilo Ratti
Hoy resulta difícil imaginarlo, por la velocidad en la que viaja la información, pero el 25 de mayo de 1810 recién tendría impacto en Córdoba el día 30, cuando un enviado del depuesto Virrey Cisneros, Melchor Levín, se puso en contacto con el Deán Funes y lo puso al tanto de la creación de la Junta Gubernativa en Buenos Aires, que desconocía el Consejo de Regencia, la autoridad que había asumido el gobierno de la corona española ante la invasión de las tropas napoleónicas en la península y el desplazamiento del Rey Fernando VII.
“Pocos días después llegaron las noticias oficiales de los sucesos de Buenos Aires”, cuenta la historiadora Virginia Ramos a Al Revés, y la contrarrevolución se puso en marcha: “Conocidas estas novedades, el Gobernador Intendente de Córdoba, Gutiérrez de la Concha, convocó de inmediato una reunión secreta en su casa, a la cual asistieron un grupo de personalidades destacadas, entre ellos el ex Virrey Liniers, el Obispo Orellana, el Teniente Asesor de la Intendencia Victorino Rodríguez, el Coronel Santiago Alejo de Allende, el Tesorero Joaquín Moreno, y el Deán Gregorio Funes. A excepción de éste, la opinión que prevaleció en la reunión fue la de apoyar al Virrey depuesto y desconocer a la Junta Gubernativa de Buenos Aires, a la que consideraban ilegal, pese a los intentos de Funes de persuadirlos para que apoyaran al nuevo gobierno”.
La adhesión de Funes y sus allegados a la Junta porteña se puso de manifiesto en la divulgación de ideas revolucionarias -a través de la circulación de una gaceta anónima y de la correspondencia enviada por Gregorio a su sobrino Sixto en Lima-, en el intento de disolución de la tropa que Liniers y otros contrarrevolucionarios reclutaron para oponerse a Buenos Aires, y en la colaboración con las autoridades porteñas proporcionándoles información acerca de las acciones realizadas por el grupo opositor de Córdoba. “Ante el peligro que representaba este grupo, la Junta de Buenos Aires envió a Córdoba una expedición compuesta de 2220 hombres, comandada por Francisco Ortiz de Ocampo, que fue modificando sus objetivos y recibiendo órdenes cada vez más extremas, a medida que el proyecto contrarrevolucionario se volvía más amenazante”, cuenta Ramos, que investigó la historia política de Córdoba de ese período.
“La dirigencia de Córdoba en 1810 fue en su mayoría contrarrevolucionaria, en consonancia con su fidelidad a la monarquía hispánica y a la adhesión que habían manifestado a las autoridades nombradas por el rey”.
Virginia Ramos, historiadora cordobesa.
Enterados que viajaba hacia Córdoba la expedición revolucionaria, el grupo de Liniers y sus aliados intentó por todos los medios desbaratar la expedición y atentar contra ella. Su propósito inicial fue salir a su encuentro en las proximidades de Córdoba, o hacerle frente en la propia ciudad. Sin embargo, ante el inminente arribo de las tropas porteñas resolvieron un cambio de planes y partieron rumbo al Alto Perú acompañados de un ejército de 400 hombres. “Ambrosio Funes, hermano del Deán, avisó de la partida de los contrarrevolucionarios hacia el Alto Perú, por lo que una tropa salió en su persecución y logró apresar a los líderes de ese grupo al norte de la provincia. Si bien en un principio la Junta Gubernativa porteña había ordenado que los prisioneros fueran trasladados a Buenos Aires, luego las medidas se volvieron más drásticas y ésta determinó los fusilamientos de los jefes de la contrarrevolución. En Cabeza de Tigre, al sudeste de Córdoba, fueron fusilados por el vocal Juan José Castelli, quien llevaba la orden del secretario Mariano Moreno de liquidar la contrarrevolución cordobesa. En ese paraje fueron ultimados Liniers, Rodríguez, Gutiérrez de la Concha, Moreno y Allende, salvándose solamente Orellana por su condición de sacerdote”, precisa la investigación de Ramos.
Tras su arribo a la ciudad de Córdoba, el gobierno revolucionario porteño se impuso de forma avasallante, solicitó las actas del Cabildo y ordenó el apartamiento de sus cargos a los cabildantes que simpatizaban con el sector contrarrevolucionario. Se nombraron nuevas autoridades en el Cabildo y también en la Gobernación, donde se impuso Juan Martín de Pueyrredón. De esa forma, sólo quedaron en el poder personas adictas a la causa revolucionaria, evitándose así cualquier posible intento de oposición.
El Cabildo y la Catedral de Córdoba en una imagen antigua, del año 1871.
Según Ramos, “la dirigencia de Córdoba en 1810 fue en su mayoría contrarrevolucionaria, en consonancia con su fidelidad a la monarquía hispánica y a la adhesión que habían manifestado a las autoridades nombradas por el rey, como es el caso de Sobremonte, el primer gobernador de la Intendencia de Córdoba del Tucumán, que contó con el respaldo de importantes figuras de la elite de Córdoba”. Fue ese grupo el que mantuvo un fuerte apego a la legalidad colonial y se resistió a la implantación del nuevo orden político revolucionario que encarnaban Moreno, Castelli y Monteagudo, los rostros del iluminismo que parió la Revolución Francesa, el hecho bisagra de la historia moderna que inspiró la independencia americana, y abrió paso a una nueva era en el plano político y social.
Un cura muy astuto
“Quien adhirió a la revolución en ese momento fue el Deán Funes, pero no es posible decir si lo hizo por convicción, por oportunismo o algún otro motivo. Sí sabemos que tuvo contactos previos a 1810 con personajes como Castelli, Belgrano y Moreno, pero por cuestiones que al parecer no tenían que ver con el posterior estallido revolucionario. Por ejemplo, Mariano Moreno fue su abogado ante la Audiencia de Buenos Aires, en 1807, por un conflicto sobre sus competencias eclesiásticas en el gobierno de la diócesis”, señala Ramos.
Para la historiadora cordobesa, es posible que Ambrosio Funes-quien se desempeñaría en varias oportunidades como Alcalde de primer voto del Cabildo-, fuera el nexo con los colegas porteños: “mantuvo estrechos vínculos con Buenos Aires y eso pudo haber influido en la posterior adhesión a la causa revolucionaria”.
La elite política de Córdoba se hallaba dividida: por un lado el grupo de Sobremonte y por el otro el de los hermanos Funes. “Estas facciones adoptaron posturas opuestas al producirse la revolución de 1810: mientras el grupo del Deán y sus allegados adhirieron a la revolución, la facción sobremontista se opuso a ésta de forma ferviente. Liniers se sumó a ésta al decidir quedarse en Córdoba, estableciéndose en una estancia de Alta Gracia. Aquí anudó vínculos con los miembros del grupo de Sobremonte y participó junto a ellos en la campaña contrarrevolucionaria”, advierte Ramos.
El Deán Gregorio Funes, uno de los responsables de combatir la contrarrevolución en Córdoba.
Tiempos violentos
El proceso que se desarrolló en Córdoba entre 1810 y 1816, cuando finalmente las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon la independencia de la corona española, es complejo y cambiante, como advierte el trabajo de Ramos: “Luego de sofocados los intentos contrarrevolucionarios de 1810, la Junta de Buenos Aires se impuso en Córdoba, apartó del Cabildo a los miembros que simpatizaban con el sector realista y nombró un nuevo gobernador”.
Sin embargo, a partir de allí comenzarán los enfrentamientos del interior frente a la política centralista de Buenos Aires –que se mantiene hasta hoy-, fundamentalmente con las ideas federales encabezadas por la Banda Oriental bajo el liderazgo de Artigas. El líder uruguayo logró expandir su influencia hacia el Litoral y tuvo también un acercamiento a Córdoba, que se puso bajo su protección por un tiempo. “Allí la Provincia dio los primeros pasos hacia una experiencia autonomista, que llegó incluso a manifestarse en la declaración de la independencia de Buenos Aires en 1815”, escribe Ramos. Fue el comienzo de una sangrienta guerra civil entre “Unitarios” y “Federales”, dos visiones de país que no lograron sintetizar un proyecto nacional hasta 1870, cuando después de la batalla de Pavón, el general Mitre derrotó a los caudillos del interior y puso en marcha un modelo centralista, dependiente del imperio británico, que liquidó cualquier posibilidad de desarrollo industrial. Pero eso es otra historia.