Graciela Pedraza

La dictadura perfecta

La Gendarmería ha participado en represiones a protestas sociales: ahora puede disparar sin preguntar.
Jueves 14 de diciembre de 2017. Tomar nota, recordar: jornada de represión a la manifestación ciudadana opuesta a la ley que recorta jubilaciones, pensiones y AUH.
No hay palabras para describir las imágenes que en estos días circulan por las redes y algunos medios masivos. Todas quedan chicas. Las habíamos olvidado. Creímos haberlas enterrado junto con la dictadura; la del 76 al 83.
Cada cual puede ponerle un adjetivo a la mano en alto de un gendarme que golpea con saña a un muchacho de remera azul. Uno, dos, tres y más veces cae el garrote del gendarme sobre cabeza, espalda, donde venga. Otro agarra de los pelos a un chiquillo. Más allá un grupo que anda a la caza de manifestantes tira de la moto a la chica que grita desesperada, pareciera que un represor quiere ayudarla, pero en cambio la toma del brazo solo para arrastrarla con otros hasta un vehículo donde podrán cargar más gente, mientras la manosean.
No hay palabras para describir la crueldad. Ninguna logra dibujar el odio. Y al ver el despliegue de caras llenas de furia debajo de los cascos blindados, nos damos cuenta de que muchas cosas no hicimos bien en estos años en que votamos y votamos, para que un mal día, bajo otro ropaje, vuelvan los fusiles y las botas.
Los trajes de matar se parecen todos, y sirven para meterte un balazo por la espalda o ahogarte, enceguecernos con gas, o balear a quemarropa. Se ve que los manuales de las fuerzas de seguridad solo enseñan estas materias, porque las de Derechos Humanos fueron al oscuro depósito del que habían logrado salir.
Viene entonces a cuento una frase de Aldous Huxley (1894-1963) que anda por las redes, sobre cómo sería una dictadura perfecta, según su estupenda novela “Un mundo feliz”, de 1932. En el prólogo de la 9ª.edición en español (Plaza & Janes, 1980), se lee: “Un Estado totalitario realmente eficaz, sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos, sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna, por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada (…) a los Ministerios de Propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela”.
Y más adelante: “Grande es la verdad, pero más grande todavía, desde un punto de vista práctico, el silencio sobre la verdad. Por el simple procedimiento de no mencionar ciertos temas, de bajar lo que Mr. Churchill llama ‘un telón de acero’ entre las masas y los hechos que los jefes políticos consideran indeseables. La propaganda ha influido en la opinión de manera mucho más eficaz de lo que hubiesen conseguido las más elocuentes denuncias y convincentes refutaciones lógicas”.
Continúa luego: “Los más importantes proyectos del futuro serán vastas encuestas patrocinadas por los gobiernos sobre (…) ‘el problema de la felicidad’… en otras palabras, cómo lograr que la gente ame su servidumbre”. Para ello, dice Huxley, es necesaria una revolución profunda en las mentes humanas, que se logra con técnicas de sugestión, permitiendo que el gobierno coloque a cada individuo en “un adecuado lugar” en la jerarquía social y económica. “Y por fin -remata el escritor británico- un sistema de eugenesia a prueba de tontos, destinado a estandarizar el producto humano y facilitar así la tarea de los dirigentes”.
Huxley precedió a Goebbels cuando escribió su novela premonitoria, y Goebbels anticipó a Durán Barba. Desde que Macri asumió, la propaganda se utiliza tal cual aconsejaba el nazi: “hay que adaptar el lenguaje al nivel menos inteligente, porque la comprensión de las masas es escasa”. Y respecto de los medios de comunicación, “si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”, porque además, “si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad”.
Estos principios, sumados a una educación que muchas veces corre detrás de la historia cotidiana, se coordinan para vaciar los resortes críticos de los ciudadanos, dando origen a lo que Huxley llama “un sistema de eugenesia a prueba de tontos”.
Si los agentes de propaganda del macrismo se asumieran como periodistas en lugar de venderse por un plato de lentejas, sean estas del color que sean, contaríamos cada día la historia de otra manera. Pero los escribas
navegan cotidianamente en las cloacas. ¿Cómo se explica si no, que el diario Clarín haya publicado en tapa, el día después de la brutal represión, una gran foto de algunos manifestantes tirando piedras, cuando uno de sus propios fotógrafos había recibido cuatro balazos de goma a mansalva?
Nada. Ni el miedo a perder el empleo justifica degradar nuestro oficio hasta el punto en que hoy se encuentra. De manera que habremos de reconstruir estos días en que no solo senadores y diputados sirvieron a los poderosos hundiendo a los pobres, sino y sobre todo recordaremos los nombres de esta corte de vasallos que deambulan de set en set, de micrófono en micrófono, de escritorio en escritorio hasta que finalmente consiguen el puestito prometido. Porque si las armas de los gendarmes hacen ruido, los escribas manejan las silenciosas.
Por desgracia para ellos, quedan muchos rebaños que reniegan de una dictadura perfecta, aunque esa trinchera nos retacee una cuota de felicidad.