La ‘doctrina Nordelta’ se vive en Córdoba

En el medio de la polémica por la discriminación a empleadas domésticas en Nordelta, el testimonio de un trabajador de Córdoba refleja que esa misma ola de segregación residencial se vive en el country San Isidro de nuestra ciudad. Entrada diferenciada, DNI, demoras, foto y colas eternas: el preámbulo para entrar a un lugar a hacer su trabajo.

 miércoles, 21-noviembre-2018

El country San Isidro está ubicado en la avenida Padre Luchesse, en la zona de Villa Allende.


Cristian Andrade y su socio hacen huertas agroecológicas. En el último trabajo que les tocó hacer en el Country San Isidro pudieron ver de primera mano cómo funcionan los resortes de la discriminación en los barrios cerrados donde viven muchos cordobeses y cordobesas. Los hicieron esperar más de dos horas, pretendían obligarlos a sacarse fotos, dejar sus DNI, etc.

Andrade contó que en una primera entrada al country pasaron por la cabina de ‘visitas’ para ir a tomar medidas. Pero luego, cuando la semana siguiente fueron a trabajar con las herramientas, les dijeron que tenían que ir por otra entrada, a unos 250 metros de allí. Después de 40 minutos de cola y habiendo entregado ya los documentos, los guardias dijeron que les faltaba sacarse una foto en ’admisión’. “Había tipos con un carrito y una motoguadaña atrás. Los trataron como el culo”, graficó Andrade. De ahí fueron a por la foto, pero la cola llevaba más tiempo –alrededor de una hora de demora- por lo que se negaron a tomarse la foto. Allí pudieron ver cómo a los empleados fijos -muchos inmigrantes de países vecinos- les pedían certificado de buena conducta y certificado de residencia antes de cumplir la primera semana de trabajo. “Todo eso con un trato de mierda, en una cajuela de vidrio igual a las de la frontera, donde ponés la cara y una cámara te saca la foto”, detalló.

Andrade y su socio se negaron: no se iban a sacar la foto. Terminaron discutieron con uno de los guardias, que les contestó mal. “Por suerte, yo tengo la posibilidad económica de decir que son. Imaginate si mis hijos estuvieran pasando hambre. Yo me tendría que someter a estas humillaciones de ellos”, manifestó. A esa altura, ya habían perdido más de dos horas y no habían podido entrar a trabajar, además de haberse “sentido violentados”, como describió Andrade en una publicación de Facebook que se viralizó.

También contó detalles de las exigencias impuestas a los que logran entrar: “No dejan andar en cuero a los laburantes. Viene un guardia y te dice: ‘Che, ponete la remera’. A las mujeres que van a trabajar a las casas las requisan a la entrada y a la salida, les revisan los bolsos. Como si fueran delincuentes”.

“Se creen que a los laburantes le hacen un favor yendo a sus casas. ¡Están equivocados! Cuando se nieguen todos a ir a sus palacetes, cuando no tengan quién les cuide a sus hijos, quién les arregle sus jardines, cuando no tengan un plomero que se exponga a tanta forreada, ¿qué van hacer?”, escribió Andrade en su Facebook.

La discriminación que denunciaron las empleadas domésticas de Nordelta –donde los propietarios pidieron no viajar en el mismo colectivo que ellas- no es nueva ni exclusiva de Buenos Aires. Los countries, exponentes de un proceso de segregación residencial, se basan para muchos que deciden mudarse allí en una marca de clase y en un sentimiento de superioridad que se expresa de estas maneras.