Estefanía Nosti

La mecanización del nacimiento

La mecanización del nacimiento es el parto devenido en tarea mecánica, consonante de alguna manera con las reglas del taylorismo para obtener resultados óptimos al menor coste. Consiste en una rutina adoptada por médicxs, instituciones y gobiernos que pretende establecer estándares sobre procesos biológicos individuales y heterogéneos. A partir del siglo XX el parto institucionalizado se convierte en norma, con el afán de generar una disminución de la mortalidad materno-infantil se produce una auténtica migración de los partos domiciliarios a las instituciones hospitalarias. La persecución idealizada de llegar a los alumbramientos con riesgo cero trae aparejado un desplazamiento del rol de las parturientas que pasan a posicionarse como sujetos pasivos, a quienes se induce a parir.
Si bien las prácticas hospitalarias han permitido hacer uso de la tecnología para reducir posibles riesgos mortales, también han llevado a realizar un abordaje patológico de un proceso que es fisiológico y natural, por lo que el acto de parir pasó a considerarse un acontecimiento disfuncional que requiere de intervención. Esto ha generado que incluso los partos de bajo riesgo sean concebidos desde el inicio como potencialmente fallidos, lo cual se contrapone con siglos de reproducción humana no institucionalizada.
Existen dos paradigmas cada vez más definidos en lo que concierne a la cultura del nacimiento: el institucionalizado-intervencionista y el humanitario-naturalista, que se estructuran como dos cosmovisiones en disputa por establecer distintos procesos asistenciales. El paradigma dominante intervencionista se caracteriza por la tendencia medicalizadora, el control tecnológico y la organización protocolarizada y mecanizada. Como resultado de su implementación sistemática estamos ante un verdadero aniquilamiento de las experiencias corpóreas, debido a que no solo ha posibilitado un alumbramiento sin riesgo y sin dolor, sino también sin sentir absolutamente nada, como si el parto fuera algo ajeno al control de la madre, como si ocurriera por fuera de ella.
La parturienta ha sido desplazada y la obstetricia ha tomado el protagonismo. Son cada vez más las madres que eligen ir a cesárea por temor y son cada vez más las madres que si eligen un parto natural son atemorizadas. Si bien la Organización Mundial de la Salud considera que las cesáreas deberían oscilar entre un 10% y 15% por región, en nuestro país se estima que rondan el 35% de los casos. La institucionalización del parto se consolidó fuertemente tras la Segunda Guerra Mundial con el afán de controlar la reproducción, que acompañado por un modelo económico productivista, convirtieron a los hospitales en auténticas fábricas de niñxs. Esta concepción mecanicista y la falta de individualización asistencial han hecho imposible que sean integradas en este proceso las necesidades, emociones y opiniones de la madre.
La ausencia del dolor en el alumbramiento aparece respaldada por una cultura de la anestesia, que pretende evadir constantemente el dolor, el esfuerzo, el sacrificio. Una cultura tan acostumbrada a facilitar los procesos que se hace cada vez más cómoda y dócil. El componente salvaje y mágico del parto en el que la madre culmina el largo período de gestación a través de una capacidad exclusiva de su cuerpo debería ser para ella una recompensa y no un temor. Sin embargo este proceso de domesticación la ha hecho depositar su poder creador en otrxs, quienes en su mayoría han sido históricamente, hombres.
La institucionalización del parto ha permitido a los Estados el control sobre los nacimientos, concebidos como parte de los procesos productivos del capitalismo, por lo que se ha buscado su estandarización bajo los principios tayloristas que propugnan obtener el mayor número de partos a través de un cálculo y ajuste de los tiempos para obtener los resultados más eficaces al menor costo. De esta manera, cuando los tiempos no se ajustan a lo establecido como “normal” se convierten en patológicos.
Las actualizaciones de la Organización Mundial de la Salud acerca de los procesos del nacimiento estipulan que: “esta medicalización creciente de los procesos de parto tiende a debilitar la capacidad de la mujer de dar a luz y afecta de manera negativa su experiencia de parto”, el cual ha de ser considerado como “un proceso fisiológico que se puede llevar a cabo sin complicaciones para la mayoría de las mujeres y los bebés”. De esta manera la OMS establece que la directriz para una experiencia de parto positiva incluyen un ambiente sano y seguro, el acompañamiento práctico y emocional continuo y en posibilitar que la madre alcance un sentido de logro y control personales a través de la participación en la toma de decisiones, incluidas el deseo o requerimiento de intervenciones médicas.
En nuestro país la Ley de parto humanizado 25.929 promueve la revalorización de los partos en relación al modo en que fueron establecidos en el último siglo por la sociedad tecnocrática. Su promulgación ha perseguido un viraje en cuanto al rol de la gestante, reposicionándola en un lugar activo y protagónico. Resulta fundamental que las parturientas conserven y amplíen los derechos adquiridos para elegir cómo parir, como un componente trascendental en la lucha de las mujeres por exigir cómo y cuándo queremos (o no) dar vida.