Gonzalo Marull

La palabra es un arma cargada de futuro

Etimológicamente, la palabra MAESTRO tiene un sentido implícito: de magistrum = MAYOR (más grande). En contraste, aparece la palabra MINISTRO: de minister = MENOR (más pequeño). Maestro significa “guía”, “alto funcionario”, en cambio Ministro significa “servidor”.
¿En qué momento de nuestra historia descuidamos tanto las palabras? ¿En qué momento se invirtió la potencia expresiva y ciudadana de las palabras MAESTRO y MINISTRO? ¿En qué momento un Ministro pasó a ser un “alto funcionario” y el Maestro, un “servidor”?
Soy dramaturgo. Mi casa es el teatro y una de mis herramientas principales de trabajo es la palabra. Pero también, como ciudadano, creo que las palabras son vitales para imaginar otras formas de ser y de organizarnos socialmente.
El teatro fue la primera asamblea de la humanidad. Podemos decir entonces que, desde sus orígenes, el teatro es un hecho político. Y el lenguaje es el asunto político más importante hoy. Y el teatro lo sabe. En el teatro, el espectador, por ejemplo, puede hacer experiencia de la grandeza y miseria de la palabra. El teatro puede darle a ver qué hacen las personas con las palabras y lo que las palabras hacen con las personas. Puede darle a escuchar cómo él mismo usa las palabras y cómo es usado por ellas, y a imaginar otras formas de hablar. Puede provocarle asombro y vergüenza por su pobreza en lengua, por la presencia en su vida de la palabra vana, el lugar común. Puede despertar en él nostalgia y envidia de lengua, puede hacerle más rico en palabra. Puede ayudarle a identificar la palabra del poder y a construir su propia palabra.
Y así como lo puede hacer el teatro, lo pueden hacer la filosofía y la sociología con la humanidad toda, la pedagogía con los alumnos, y debería hacerlo la política con los ciudadanos.
Hay que volver a recuperar el origen, el recorrido y la riqueza de las palabras. Y exigirle al estado que se ocupe de ello.
Hay que volver a darles fuerza democrática, ya que un país pobre en palabras es un país democráticamente débil.
Cuando desde el PRESIDENTE (etimológicamente de praesidere: “el que está sentado al frente, el que preside, el que protege”), vemos un desprecio absoluto por las palabras, por su significado, por su riqueza, por su belleza plástica y hasta por su sonido (por la forma de decirlas). Cuando se apropia de frases o términos cambiando su significado o cambiando nuestra realidad, para mantener el control, crear propaganda o para amortiguar el análisis de la persona en la sociedad. Cuando todo se reduce a dos palabras que se repiten incansablemente en medios hegemónicos de prensa y son reproducidas luego en cuanta conversación participemos. Cuando pasa todo esto, estamos en problemas como sociedad.
“Aquel que tiene que CAER en la escuela pública”, dice nuestro Presidente, y con una sola frase está matando al lenguaje. Ya que la escuela es el espacio fundamental para enriquecer nuestra lengua, y es un derecho, en ella no se CAE. Hoy, justamente, cuando se está sometiendo a la escuela a la presión de los mercados. Se está entrenando a la gente para trabajar antes que dar una formación de gente creativa, rica en imágenes y palabras. Se están haciendo sujetos empleables. Y es muy importante estar preparado para trabajar, pero la primera dimensión de la educación debe ser formar gente imaginativa y crítica. Todos deberíamos defender la educación pública. Que sea pública asegura que cualquier niño pueda ser ayudado a desarrollar su talento, que cualquier niño pueda tener más palabras. Cuando se hiere a la escuela pública se está hiriendo a la sociedad.
Las palabras son una gran arma de dominación. Porque más palabras es más vida y más capacidad de resistir. Al contrario, la dominación del hombre, su empequeñecimiento y acoso, siempre comienzan por la reducción de la palabra.
Por eso tenemos la obligación de cuidar nuestra cultura, nuestro arte y nuestra educación ante cualquier embate de poderes políticos asociados al mercado, porque desde allí se da una gran batalla, tal vez la más dura de todas.
El arte, la cultura y la educación siempre van a contribuir a extender la sensibilidad, la memoria del otro. Muestran que algo es distinto de lo que parece, que algo podría ser distinto de cómo es, que algo pudo ser distinto de cómo fue. Dan a ver el orden dominante, los sentidos de la realidad construidos por el poder, las ficciones del poder. Dan medios -antes que nada, palabras- para que el otro cree sus propias ficciones.
Hacer del ciudadano un crítico (creativo, imaginativo y rico en palabras) es fundamental en nuestro siglo; por eso la cultura y la educación son siempre los primeros en ser castigados cuando desde los poderes políticos sólo tienen un interés: adormecer para dominar; porque la cultura y la educación mantienen el poder subversivo y revolucionario de las palabras, que no es diferente al del amor.