Horacio Maldonado

La pandemia

Las pandemias han azotado a los seres humanos desde tiempos remotos provocando la muerte de millones de personas. La viruela en México produjo efectos devastadores a partir de la conquista; durante las primeras manifestaciones de dicha enfermedad, moría, según algunos datos imprecisos, casi el noventa por ciento de aquellas poblaciones originarias del norte de América. Pero no todo llegó de Europa, también se sabe de presuntas epidemias precolombinas en Tula, Aztlan y zonas próximas, de aquel país. En su notable libro El Decamerón, el escritor italiano Giovani Boccaccio (1313-1375) narra, con matices literarios, como afrontó la ciudad de Florencia, Italia, la llamada peste negra, la cual acabó con un ochenta por ciento de sus habitantes.
De allí hacia atrás o hasta aquí, las pandemias han hecho de las suyas en los cuerpos de miles y miles de mujeres y de hombres, los ha diezmado sin miramientos en todos los tiempos y lugares. Se estima que solo la viruela ha provocado unos 300 millones de muertes a través de la historia conocida. Desconocemos aún cuáles serán los números que arrojará la pandemia que maltrata a la humanidad por estos días, este coronavirus que al parecer se originó en China.
Lo que sí advertimos es la profusa cantidad de información que, especialmente, en los medios de comunicación circula por estos días. Enormes contingentes de médicos, bioquímicos, virólogos, infectólogos y afines proporcionan toda clase recetas útiles a fin de paliar la emergencia de este flagelo. Otro tanto hacen las organizaciones ecuménicas, regionales y locales dedicadas a la salud pública. Por momentos pareciera que se trata de un problema exclusivamente de naturaleza orgánica, de naturaleza biológica.
Y aquí es donde deseamos subrayar una temática tan imprescindible como sabida. La pandemia tiene una multiplicidad de aristas altamente significativas, más allá de que la cuestión vida-muerte sobresale en las preocupaciones mayoritarias. Sin embargo, compromete lo cultural y lo social, lo político y lo geopolítico, lo económico y lo laboral, lo científico y lo educativo, en fin, compromete casi todos los asuntos del orden humano.
Una de las dimensiones críticas de la pandemia es su costado psicológico. Son cuantiosas las consecuencias psicológicas que provoca la proximidad real y/o fantaseada de la muerte. En épocas de redes sociales y de la enorme gravitación que ganan los medios de comunicación globales y hegemónicos en la construcción de la subjetividad, los temores se viralizan más raudamente que el virus original, por todos los rincones del planeta. Y ello es otro gravísimo problema de salud pública, se trata, ni más ni menos, de la pandemia del miedo, del pánico, a veces, del terror colectivo.
Las acciones de los psicólogos, que las hay y muy buenas, no resultan lo suficientemente visibles por estas horas y se tornan más que indispensables en todos los ámbitos sociales: en los medios, en las instituciones de salud, de educación, del deporte, etc. Todos los espacios sociales podrían beneficiarse claramente con el quehacer de lxs profesionales de la psicología en estas circunstancias. Desde luego, les toca a lxs psicólogxs trabajar intensamente; investigar, producir y compartir, en estas coordenadas globales, ideas, metodologías y técnicas diversas, procedimientos dinámicos y efectivos, destinados a mitigar los cuantiosos efectos psíquicos de pandemias en la ciudadanía. Neutralizar, hasta donde resulte posible, las calamidades psicosanitarias que producen en las comunidades eventos de la categoría que hoy se denomina coronavirus.