Miguel A. Ferreras

 

columnista alreves.net.ar

La reina está desnuda

 

Como en el cuento clásico “El traje nuevo del emperador”, la pandemia, que ocuparía el lugar del niño en el cuento, bajo la forma de un invisible virus, nos ha gritado: “la Reina esta desnuda”. La “Reina Normalidad”, que nos ha conducido al punto en que estamos les humanes, está desnuda, se ha desvanecido el soberbio ropaje, que disimulaba la trayectoria que sosteníamos.

Lo estábamos viendo, y como en el cuento, no nos atrevíamos a decirlo, y además ahora clamamos por un vestido para una “nueva” normalidad: ¿Caeremos en el engaño de los sastres farsantes del cuento? Es difícil arriesgar una respuesta, pero no podemos dejar de intentar evitar el engaño. ¿Qué muestra la desnudez de la Reina Normalidad?; y ¿Qué podremos pedirle a esta nueva normalidad para cambiar nuestro derrotero civilizatorio? Tal vez, por ahora, más que las respuestas importe debatir, enriquecer o cambiar estas preguntas. Una breve exploración, que continuaremos en próximas notas, puede aportar a tal fin.

Riqueza, pobreza y reservas

Tanto a nivel global como regional y local la pandemia ha dejado al desnudo que la acumulación de riqueza en pocas manos impide disponer de las reservas necesarias para afrontar un peligro como el que este virus representa. Desde tiempos remotos conocemos evidencias de que la sociedades generaban sus propias reservas comunitarias para hacer frente a situaciones de escasez, ahora se nos aparece como sorpresa, o como omisión, que teniendo los más eficaces medios para producir , no contemos con reservas comunitarias del tipo, cantidad, distribución y accesibilidad necesarias para hacer frente a una pandemia. La Reina Normalidad no nos habilitaba otros caminos.

La acumulación de riquezas, que la Reina Normalidad nos presenta como el éxito de unos pocos a imitar, es más bien, la muestra del fracaso de los Estados Nacionales para poner coto a la injusta distribución de los bienes por todes producidos. La concentración de riqueza, ¿es resultante de un exitoso progreso social o más bien un infortunio? Pensar en otra normalidad puede animar al Estado a buscar otros caminos tales como: limitar las ganancias de las empresas, fijar impuestos a las ganancias y a los bienes de los más ricos, promover formas de producción y de intercambio de lo producido más justas para los seres humanos, y para el ambiente que las sustenta; promover la creación de fondos de reserva a distintos niveles y tipologías institucionales, con controles cruzados de su gestión, resguardo y uso, para asegurar su rápida y eficaz disponibilidad en los momentos en que se los pueda requerir; limitar los recursos financieros y económicos que se asignan a la producción de bienes o servicios no imprescindibles; poner límites y condicionamientos a la mercantilización de prácticas deportivas, culturales y de entretenimiento. Las actividades artísticas, y culturales en general, deberían considerarse como imprescindibles, garantizándoles reservas específicas.

La pobreza que hasta ahora se nos presenta como el fracaso en el desempeño de muchos en un mundo cada vez más complejo y automatizado, no es sino una consecuencia más de esta brutal concentración de poder, de riqueza, asociada con una alta densidad poblacional en las grandes urbes.

La pandemia no afecta a todes por igual, ni todes tienen el mismo poder de presión para reclamar por su situación, ni para afrontarla. El Estado tiene la obligación, como lo está haciendo en Argentina, de compensar esta desigual situación y de hacerlo no sólo en la coyuntura, sino de promover los cambios necesarios para que esto no continúe.

La normalidad al desnudo

Una de las cosas que han quedado al desnudo es que con todas las capacidades científicas y tecnológicas acumuladas por la humanidad en los últimos cien años, se haya producido una situación como la actual: colapso de sistemas de salud presentados como vigorosos; cientos de miles de muertes producidas por el virus en todo el planeta; drástica disminución de la actividad económica mundial. En esta situación solo se pudo echar mano a antiguas tecnologías: la cuarentena, que impone el aislamiento social y al lavado de manos. Por otra parte la reducción de vuelos internacionales y restricción general de la movilidad, además de la desaceleración de la producción industrial, produjo una disminución de la contaminación ambiental que ni el más ambicioso de los planes de remediación hubiera imaginado. ¿Será que sólo con el “agua al cuello” estaremos dispuestos a revisar nuestra relación con el ambiente y los restantes seres vivos? Parece que la voluntad política de los gobiernos requerirá del empuje de las organizaciones populares que sufren en primera línea los cambios ambientales y las pandemias.

En apretada síntesis, lo ocurrido podríamos atribuirlo a: por un lado a acciones intencionales humanas, que por error, ignorancia, por intereses geopolíticos, o de las corporaciones multinacionales, hayan introducido el virus; o en cambio, atribuirlo al azar operante en la naturaleza, estructurado, habilitado, por actividades de la especie humana. Actividades que, presentadas hasta ahora como normales, se han apropiado de la naturaleza para explotarla sin límites, han producido un ecocidio, y son también suicida para la especie que lo ejecuta. Las prácticas científicas y tecnológicas que la normalidad nos presenta como neutrales, evidencian así los intereses que las mueven y que se expresan en sus desarrollos y programas.

En estos momentos las políticas científicas y tecnológicas orientadas a misiones que ha implementado recientemente el MinCyT (Ministerio de Ciencia y Tecnología) en Argentina apuntan a hacer explícitos los intereses del Estado. Se puede ver también el positivo papel que tienen los expertos en ciencia y tecnología en el asesoramiento al gobierno para el manejo de esta pandemia. Esto no le impide a la oposición que habla de infectadura, encontrar expertos dispuestos a servir a sus intereses.

Hacia otra normalidad

Sea cual fuere la atribución de responsabilidades por lo ocurrido, las opciones aquí presentadas seguirán abiertas, y utilizadas según los intereses de los distintos actores sociales, y se requerirá la confrontación entre ellas. De cómo se procesen estas diferencias resultará parte del nuevo vestido para la Reina normalidad.

Es evidente que hasta ahora ni las Organizaciones Internacionales, ni los Estados Nacionales, ni las prácticas científicas y tecnológicas han sido suficientes para torcer el rumbo de lo que se presenta como normal, por eso para otra normalidad tendremos que lograr un papel más protagónico de las Organizaciones Sociales Populares, en tanto representantes de quienes se niegan a asumir el papel asignado en una productividad de ritmo robotizado, que mira sólo a la multiplicación de riquezas que van a parar a pocas manos.