Celina Alberto

 

columnista alreves.net.ar

La vida no es bella

"Parásitos", de Bong Joon Ho, ganó la Palma de Oro en Cannes y está nominada a Mejor Película y Mejor Película en Idioma Extranjero en los Oscar.

Los parásitos necesitan de otros para sobrevivir. Solos no pueden, solos se mueren y lo saben. Entonces desarrollan estrategias múltiples, ajenas a la moral o las reciprocidades, para que esos otros se pongan a su servicio. Esa función básica que define en la biología a los organismos que viven a costa de otros que los hospedan, es la que Bong Joon Ho usó de título y parábola en su séptima película, ganadora de la Palma de Oro en el último Festival de Cannes y ahora en competencia como Mejor Película y Mejor Película en Idioma Extranjero para los premios Oscar que se entregarán el próximo domingo 9 de febrero.

“Parásitos”, define el director surcoreano, y no señala a ninguno de los dos organismos que pone en tensión en el filme: una familia pobre y una de ricos. La primera, padre, madre y dos hijos en edad universitaria, que no pueden estudiar y tampoco encuentran trabajo, habita en un semi subsuelo que se inunda con desagües cloacales, se las rebusca ensamblando cajas para una pizzería y rastrea señal de wifi en el rincón del inodoro.

La segunda, padre, madre, una hija adolescente y un niño de siete años, reside en una casa fastuosa en un barrio rico de Seúl. Las vidas de ambas se van a cruzar en la capa más superficial e inofensiva de la necesidad mutua, cuando el joven de la familia Kim comienza a trabajar como tutor escolar de la hija mayor de los Park.

El pobre llega a la casa rica, y el primer círculo del infierno comienza a moverse. Esa casa, diseñada y construida especialmente como un set para el filme, es protagonista omnisciente de todo el cuento, en la cima de los ascensos y catalizadora de los descensos por venir.

En ese movimento abajo-arriba-abajo transcurre la coexistencia dramática, las vidas contrapuestas y el suspenso que empieza a revelar que la convivencia pacífica de los antagonistas sociales jamás será posible.

Dijo el director que las escaleras son parte de la metáfora que buscaba plantar en el filme y durante dos horas vertiginosas las usa para crear su drama y también para subrayar el trasfondo sociopolítico que lo activa y lo revuelve.

“Parásitos” es su manifiesto magistral sobre la crueldad y la tragedia que interpela a los que intentan sobrevivir. En una cuerda que se entrama con la marginalidad, el abandono y la ignominia, la familia pobre es capaz de todo para dejar de serlo, pero todavía no lo sabe. En las antípodas de esa desesperación, los ricos fluctúan en la neurosis burguesa de los problemas de los que no tienen problemas. En el medio, los escondites, las infiltraciones, los dobleces que todos los personajes terminan mostrando mientras avanza la trama y que Joon Ho lleva a un extremo eléctrico y cada vez más impredecible.

El cine político se rebela y se revuelve en la mirada del surcoreano, que reactiva en Parásitos la tensión poética, ideológica y filosófica detrás de un modelo que necesita de la exclusión y la pobreza para seguir funcionando. Entonces los parásitos ya no son los que se camuflan, se infiltran y se esconden. Una corrupción más profunda y más invencible está sosteniéndolos por encima de todos, perfumados y al sol, en el final de las escaleras.