Miguel A. Ferreras

 

columnista alreves.net.ar

Las certezas del no saber

 

A poco más de un año del inicio en China de una epidemia, devenida en pandemia que afecta y desconcierta a la humanidad entera, aparecen algunas certezas sobre lo que no sabemos, y derivan de ellas reflexiones relacionadas a nuestro contexto. Durante todo el 2020 escuchamos con una inusual frecuencia decir a prestigiosos y expertos expositores, que no sabemos o que no conocemos, aspectos centrales relativos a la pandemia que transitamos, a su evolución, y a sus consecuencias: ¿qué podremos aprender de ese no saber?

No sabemos

Es cierto que no sabemos cuál fue el origen de la epidemia. Por múltiples y complejas situaciones, en las que intervienen factores geopolíticos, ideológicos, económicos, culturales, científicos y tecnológicos entre otros, no podemos verificar certeramente si la pandemia se originó, intencionalmente o no, en un laboratorio, o si es una consecuencia previsible de los modos de apropiación y extracción de los recursos de la naturaleza. Modos que redujeron la biodiversidad, disminuyeron las superficies ocupadas por bosques y selvas naturales, y que asociados a la cría de animales en condiciones de hacinamiento pueden facilitar el paso de virus de especies silvestres a la humana. Situación que se potenció cuando cantidades vergonzantes de humanes viven en condiciones de alta vulnerabilidad sanitaria y social y a la vez la concentración y movilidad de los habitantes en las grandes ciudades, a escala planetaria, alcanzó niveles impensables hace tan sólo un siglo, cuando se difundió la llamada “gripe española”, en rigor originada en Estados Unidos.

Tampoco sabemos cuáles serán las consecuencias de la pandemia. Y por tanto no sabemos si podremos encontrar las vías de acción más adecuadas a cada nivel: global, regional, nacional y local, para reorientar modelos de desarrollo que la “normalidad”, que nos trajo a esta situación, nos proponía como indiscutibles formas de progreso y de mejora de la calidad de vida (ver https://alreves.net.ar/la-reina-esta-desnuda/).

Tan importante como el desarrollo, producción y colocación de las vacunas, que la actual ciencia y tecnología han permitido concretar en un tiempo récord en toda la historia humana, es pensar y decidir como procesaremos los certeros no saberes en los que esta situación se desenvuelve. Es prudente y necesario aplicar el principio de cautela y extremar la vigilancia continua en relación a los procesos productivos que nos están exponiendo a semejantes riesgos, sin esperar a una tardía verificación y someterlos a comparación con vías alternativas de producción.

A propósito de las vacunas

La gestión de todo lo que no sabemos empieza a aparecernos con tanta relevancia como la de aquello que sabemos. En particular cuando aun dentro de lo conocido anida la incerteza y los riesgos, como en los procesos de distribución, colocación de las vacunas para el Covid 19 y el seguimiento de sus efectos a largo plazo.

Hace décadas que las tecnologías para la salud han distinguido acertadamente entre la eficacia de prácticas terapéuticas – relación entre metas fijadas y resultados obtenidos- llevadas a cabo en condiciones de riguroso control, en centros de salud altamente capacitados y especializados, y la eficacia de esas prácticas terapéuticas, designadas como efectividad, cuando se realizan en puestos sanitarios distantes que no cuentan siempre con las condiciones materiales óptimas, ni con la experiencia y capacitación deseable de la totalidad de los integrantes de los equipos de salud. Esta efectividad obtenida en complejas condiciones de aplicación no controlables, conlleva una disminución de la eficacia, difícil de ponderar anticipada y adecuadamente. Certeza de algo que no sabemos, pero que no podemos esconder bajo la alfombra, como en tantas otras situaciones, y que sí podemos gestionar del mejor modo posible. La disminución de la eficacia de los procedimientos realizados con las vacunas, en condiciones menos controladas, no debe opacar la importancia que la vacunación tiene para la drástica reducción de las probabilidades de mortalidad en el actual contexto de pandemia.

Gestionar la contingencia

Si revisamos en los últimos 250 años la relación entre los logros alcanzados y los resultados no deseables que se han producido, no cabe duda que estamos muy lejos a nivel global, de haber garantizado los resultados prometidos por planes de desarrollo humano, que propusieron lograr equidad entre todes los seres vivos, y sostenibilidad ecológica en el tiempo.

Las ciencias de la complejidad han hecho evidente que la imposibilidad de manejar simultáneamente la totalidad de las relaciones posibles entre los componentes de un sistema complejo, fuerzan a la selección de las relaciones consideradas. Esta necesidad de selección implica que podría haber otras más adecuadas, y que por lo tanto los resultados esperados de un programa de acción pueden ser diversos a los previstos y deseables, es decir pueden aparecer contingencias, y por tanto estamos expuestos a riesgos, difíciles de ponderar y controlar.

Los desafíos en los diversos campos que nos plantea la actual pandemia son también un problema complejo y afrontarlo implica ponderar y aceptar o no, ciertos riegos. Tal vez un criterio a seguir en esta situación pueda ser el de tomar decisiones que estemos dispuestos a sostener en el caso de obtener como resultado los peores horizontes previsibles, teniendo en cuenta, como justificación, la información disponible al momento de tomar la decisión.

Como no sabemos y no podemos determinar los resultados de nuestros planes de acción y además de ellos sabemos sí, que pueden dar lugar a efectos colaterales, consecuencias no previstas, y resultados opuestos a los esperados, lo más sensato pareciera ser dejar mayor espacio para la elaboración y seguimiento de planes de contingencia que entre otras cosas suponga la puesta en marcha de una diversidad adecuada de vías de acción que permitan compensar las desviaciones no deseadas de las políticas públicas que se impulsan.

Esto no ha de entenderse como un “todo vale”, porque sí sabemos los efectos ya producidos y los que queremos cambiar: la concentración del poder y la riqueza, la concentración de las decisiones, con escasa participación y protagonismo popular, la pérdida de biodiversidad y la destrucción sistemática de las condiciones ambientales que posibilitan nuestra supervivencia en el planeta. Una brutal homogeneización de modos de hacer impuesta en nombre de una eficacia técnica que resulta tal sólo para los intereses de unos pocos.

El tránsito de la oprobiosa actualidad, tan cierta como inestable, hacia horizontes que generen expectativas de cambio y que, aunque inciertos operen como estables guías en el camino, requerirá de aprendizajes que se nutran tanto de nuestros más refinados saberes, como de nuestras capacidades para gestionar las contingencias emergentes, frutos de un no siempre bien ponderado no saber: esa dinámica y compleja cartografía, que nos ubica con certeza frente al límite de todo saber cual G.P.S. recalculando.