Andrés Daín

 

columnista alreves.net.ar

Macri y el silencio de las gallinas

 

Desde hace ya varios meses, el amplio espectro de Consultoras viene acordando en un dato: la sostenida caída de Macri ha comenzado a acelerarse notablemente desde fines de 2017. Y muchas de estas mediciones también convergen en otro punto: la única dirigente opositora que parece estar capitalizando, aunque muy parcialmente, este desplome es Cristina Fernández de Kirchner.

Para entender el momento y las razones de esta bisagra en la evolución de la imagen presidencial, hay que ponerlas en relación a las expectativas que despertó su triunfo en 2015 y lo que el gobierno nacional viene efectivamente haciendo desde entonces.

El Pro se construyó como una alternativa novedosa. Un partido nuevo orientado a tensionar un bipartidismo en clara decadencia. Un partido protagonizado por outsiders, tanto por quienes habían demostrado su sapiencia y capacidad en el mercado como por toda una serie de “protagonistas” de la sociedad civil (particularmente del mundo de las ong’s, fundaciones, etc.). Un partido con un líder cuyo estilo disonante lo hacía dificil de encasillar. Un partido, según muchos, “conservador” que promovía activamente la participación juvenil entre sus filas. Un partido con una estrategia comunicacional novedosa. En definitiva, un partido que parecía tensionar muchos lugares comunes de los lenguajes políticos establecidos.

Precisamente, a lo largo del 2015, su flexibilidad ideológica le permitió asumir una mirada matizada del kirchnerismo y presentarse a la sociedad de manera relativamente disruptiva. Así se fue construyendo la imagen que venía un gobierno diferente a todo lo anteriormente conocido. Un gobierno moderado y razonable que escucharía a todos. Un gobierno integrado simplemente por los mejores. Un gobierno que reconocía los supuestos logros de la gestión anterior y que no le quitaría nada a nadie. Un gobierno con la mejor vacuna contra la corrupción: la riqueza; y con un solo horizonte rector: la pobreza cero.

Sin embargo, desde que asumió fue tiñéndose sistemáticamente de lo viejo y conocido. La salida del “cepo cambiario” sin anestesia redundó, como siempre, en una disparada de la inflación y en un claro deterioro de los salarios. El pago a los fondos buitres sin chistar, fue un clara muestra de que “ingresar al mundo” para este gobierno era algo bastante parecido a lo históricamente entendió el conservadurismo argentino. La “ceocracia” fue mostrando que éste era un gobierno con gente que “sabe”, que sabe hacer ganar dinero a quienes ya lo tienen. Los panamá paper, paradaise paper, Correo Argentino, etc. fueron evidenciando que la relación entre “calidad moral” y “riqueza” no parece ser directamente proporcional. Así, sucesivamente, el gobierno de la novedad tomaba las mismas viejas decisiones ya tristemente célebres.

Claro que este paulatino proceso de ir contaminándose con lo ya conocido no tuvo efectos político-electorales inmediatos. El macrismo, mediante una astuta estrategia comunicacional (por ejemplo, ahora los despidos en el sector público no obedecen a un ajuste sino a una manera de impedir que el Estado sea un aguantadero de militantes) y una notable impunidad mediática (sin la cual sus modos de comunicar hubiesen tenido otra eficacia) logró tener el suficiente oxígeno para aglutinar una buena parte de sus votantes en las últimas elecciones de medio término.

Pero el recorte a las jubilaciones, las sucesivas corridas bancarias y la vuelta al FMI fueron un verdadero mazazo para las posibilidades de Macri de sostenerse en ese lugar. En la experiencia y en la memoria colectiva (cuestiones que se subestiman en la retórica duranbarbista) están aún presentes los resultados de este tipo de decisiones. Por eso no es casual que entre el 70 y el 80% de “la gente” rechace la vuelta al FMI. Y tampoco es casual que esto haya minado las expectativas en torno al gobierno nacional. Si la gente no espera nada bueno del FMI, difícilmente pueda seguir creyendo en un gobierno que decide voluntariamente someterse a sus designios.

El camino trazado por esta política macroeconómica es cada vez más univoco porque los sentidos en torno al FMI dejan poco margen a las disputas (algo que ensayó comunicacionalmente el macrismo con “este no es el mismo FMI de los ‘90”). Y los efectos socioeconómicos del ajuste serán cada vez más la explicación del comportamiento electoral, toda vez que el FMI deja casi a cualquiera sin expectativas de un futuro mejor. El discurso motivador del “no aflojemos” difícilmente pueda interpelar a una ciudadanía que ya sabe que el esfuerzo solicitado solo redundará en pobreza, exclusión y concentración de la riqueza.

¿Y por qué CFK parece ser la única que estaría capitalizando, parcialmente, está caída en la imagen de Macri? O, lo que sería más o menos lo mismo: ¿Qué alternativa electoral tienen quienes habían depositado una gran expectativa en lo novedoso del macrismo y que cada vez más ven en su gobierno una clara repetición el pasado?

Eduardo Galeano solía citar una fábula que rezaba más o menos así: Un cocinero convoca en una asamblea a todas las aves de su cocina. Así reunió a los pavos, los gansos, los faisanes, los patos y a las gallinas y les preguntó: “¿Con qué salsa les gustaría ser cocinados?”. Y desde el fondo de la cocina asomó una pequeña gallina que exclamó: “¡nosotras no queremos ser comidas!”. A lo que el cocinero respondió: “Eso está fuera de discusión”.

Cuando durante los ’90 la Argentina se debatía entre el “roban pero hacen” y el “hay que dejar de robar por dos años”, eran marginales las voces que señalaban que el problema era el contenido de la política promovida por el FMI y no supuestos fallos en su aplicación. El “que se vayan todos” fue también un grito de rechazo a la pregunta “¿cómo quieren ser ajustados?”, que tanto estructuró los debates electorales.

Quizás, la leve suba en la imagen de CFK sea la expresión de lo que su figura y su proyecto político representan más allá de su núcleo duro: la necesidad de una voz disonante que, como la de la gallinita de la fábula, con su respuesta revela el sesgo ideológico de la pregunta. Una voz que exija nuevas alternativas a los viejos problemas del país. Un espacio cada vez más difícil de ocupar por un gobierno cada vez más enmohecido. Y a un gobierno viejo, sólo le queda silenciar a las gallinas.