Miguel A. Ferreras

 

columnista alreves.net.ar

“Naranjitas” desalojados

La Municipalidad de Córdoba ha puesto en marcha un nuevo sistema de control del uso del espacio público para estacionar vehículos en las calles. Lo ha hecho recurriendo a tecnologías digitales manejadas por “prestigiosas empresas” de la comunicación y a la tecnoburocracia local, excluyendo de estas operatorias a los tradicionales “naranjitas”, que organizados en cooperativas habían presentado también una propuesta alternativa. Las concesiones consolatorias ofrecidas a los “naranjitas” sólo ponen un toque del “gradualismo” imperante.

Cautivados por la potencialidad digital

Estamos cautivados por las potencialidades de las nuevas tecnologías digitales inteligentes que entrelazan y operan una cantidad inmensa de información de todo tipo. Nos permite hacer depósitos bancarios desde el baño, mirar lo que ocurre en casa desde el trabajo o el teatro, trabajar a distancia, y por supuesto pagar el estacionamiento. La información se procesa y transmite a velocidades tan grandes que están fuera de la escala humana de tiempo, en la que solo percibimos fracciones de segundo. No nos alcanzaría la vida para leer lo que se puede transmitir y procesar en muy poco tiempo.

La simple presión de los dedos sobre una pantalla garantiza el cumplimiento de nuestras órdenes cual mágica lámpara de Aladino. Tal es el entusiasmo que no alcanzamos a advertir la red social y técnica en que esos actos individuales son procesados. A cada pulso sobre la pantalla para pagar el estacionamiento corresponde una transferencia económica desde los “naranjitas” hacia empresas concentradoras de operaciones, de información y de riqueza. Sin embargo lo que se debate en los medios de comunicación hegemónicos son las posibilidades de pagar o no fracciones de minuto en cada estacionamiento y las diversas modalidades de pago disponibles. Tal vez la seductora “obediencia” de la pantalla a nuestras órdenes nos encubre las consecuencias de esos actos.

Cautivos de las realizaciones sociales

En relación a las potencialidades de los seres humanos y sus organizaciones sociales tendemos a ser exigentes con la evaluación que efectuamos a partir de sus realizaciones. Se difunde una larga lista de “inconvenientes que provocan los naranjitas”, sin aludir a ninguna de las ventajas sociales e individuales de sus prestaciones. Se libera así el camino para la introducción de las cautivantes tecnologías digitales.

Poco se discute sobre la relación entre las potencialidades y las realizaciones de los artefactos tecnológicos. Hace poco tiempo hemos podido escuchar a hoteleros quejarse porque los centros virtuales de derivación de clientes comienzan a quedarse con un porcentaje mayor de sus ingresos y a ponerles condiciones de funcionamiento. Lo que se presenta como una forma de potenciar el negocio hotelero se transforma con el tiempo en la involuntaria intromisión de un socio agobiante que limita su negocio. Las operaciones están insertas en redes a la vez sociales, técnicas, económicas y políticas, de gestión cada vez más compleja.

Hoteleros y “naranjitas” son víctimas de procesos tecnológicos que demandan análisis más amplios. No se trata de poner la culpa en los dispositivos digitales pero sí de pensar también en términos de potencialidades sociales. ¿Por qué tirar por la borda toda la capacidad organizativa que han acumulado los “naranjitas”? ella permitiría no sólo darle una adecuada solución al problema del estacionamiento, sino también una opción de trabajo, capacitación e integración social de estos actores sociales.

Al igual que las potencialidades sociales las digitales vienen asociadas a riesgos y tienen limitaciones. Pero tendemos a ponderar generosamente la de los artefactos, en parte por la presión del mercado; en cambio somos exigentes en la evaluación de las realizaciones de los seres humanos, en parte por la presión de intereses ideológicos y políticos. Quedamos cautivos de estas modalidades de evaluación.

Los “naranjitas” han demostrado estar en capacidad de presentar una opción alternativa en la licitación, y este hecho no es menor. Esa opción es equivalente a la seleccionada e incluye el uso de tecnologías digitales, pero resguarda puestos de trabajo e intereses sociales localmente valiosos.

Técnicas de la política

Ya hemos visto en otra columna para el caso del INTI (ver https://alreves.net.ar/la-jerarquia-del-gallinero-inti/) la técnica de proponer el ingreso de doctores y contratar “prestigiosas” consultoras”, comprar artefactos sofisticados y despedir empleados para “jerarquizar”, tercerizar y privatizar. Ahora se trata de desplazar a los “naranjitas” y entregar el servicio a empresas concentradas, para ello se recurre a la tecnoburocracia municipal sumada a “prestigiosas empresas” y a usuarios cautivados por las dóciles pantallas digitales que les permiten ahorrar el pago innecesario de algunos minutos de estacionamiento.

Sin embargo la técnica más relevante que se está utilizando en este contexto es la de invisibilizar la transferencia de recursos que se realiza desde sectores poco protegidos de la sociedad hacia el gran capital. No se debate sobre el destino que dará la Municipalidad a la fracción que le toque de esa transferencia, ni el control que sobre eso se hará. Se trata de tecnologías de la comunicación basadas en la manipulación de contenidos, sesgado y recorte de la información, que muestra sólo lo que interesa a quien controla la operación. Frente a esto, la cautivante tecnología digital resulta de poca monta, sin embargo muchos quedan cautivos de esas tecnologías, en esto cumple un importante papel la tecnoburocracia municipal.

Caminos alternativos

La calle no es sólo lugar de circulación sino de encuentro entre diferentes. Un lugar a compartir entre todos en el que no se debe excluir a quienes se prefiere mantener invisibilizados. Poco se habla de las relaciones que establecen los “naranjitas” con sus clientes, que incluye además de un alentador vínculo entre diferentes, prestaciones como la limpieza de vidrios, protección de la entrada de sol al automóvil, y una mirada cuidadosa que puede evitar más de un disgusto. Y todo eso como adicional al pago por el uso de un espacio público.

No es difícil imaginar otras posibilidades para aprovechar esta fuerza de trabajo organizada disponible en nuestras calles, tanto para los propietarios de los vehículos estacionados como para un sector social relevante de nuestra comunidad. Pero se prefiere desplazarlos paulatinamente. Así más tarde podrán decir que buscan subsidios porque no quieren trabajar, con lo que se justificará la exclusión social.

La disyuntiva es clara o desertificar las calles controlándolas con cámaras y dispositivos digitales, o llenarlas de vida y espacios de encuentro que potencien las posibilidades de los diversos sectores sociales que allí se den cita. Acumular la riqueza en pocas manos, utilizando el cautivante control digital, o distribuir equitativamente recursos y posibilidades entre los distintos sectores sociales. El proceso iniciado aún se puede revertir esperemos que encontremos el modo más adecuado de hacerlo.