Gonzalo Marull

Levantar la mirada y recuperar el juego

Parece que el juego siempre existió, desde el paleolítico donde estaba vinculado con lo mágico. Huiziniaga plantea la tesis de que el juego es anterior a cualquier cultura. Si lo desplazamos al individuo, pasa lo mismo: el primer juego del bebé son las cosquillas y la risa, que preceden al lenguaje (la cultura). Luego se vuelve a manifestar pero ya con reglas, muchas de ellas vinculadas a la representación, el ejemplo claro es el inigualable: “¿Dónde está la mamá? Acá está’”. Ahora me ves, ahora no me ves. El bebé aprende que el más trágico de los sucesos, la separación de su madre, puede afrontarse con teatralidad, comicidad, juego.
El juego busca crear y recrear. La creatividad se manifiesta cuando relacionamos elementos que antes no han sido relacionados, es un mestizaje, un embarazo, y entonces con ella aparece la poesía. Federico García Lorca dijo: “Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”.
El juego, la creatividad y la poesía tienen fronteras muy difusas entre sí. Como el humor, y la risa, ese reflejo de lujo que da cuenta de un acto creativo. Cuando aparece la risa se rompe la producción. No hay ninguna fábrica en donde los dejen hacer bromas a carcajadas a los obreros mientras manejan una máquina, ni en una oficina, ni en la escuela. Siempre hay que esconderse para reírse. ¿Por qué? Porque la risa es una especie de pequeña fiesta íntima y personal. Entonces, naturalmente, cuando se piensa en términos de “la vida es seria, hay que trabajar, hay que producir, comprometerse con el trabajo y con el futuro”, naturalmente, quedan disueltas todas las formas de tiempo abolido, de ceremonia, de fiesta. Pero la risa, en realidad, es un acto liberador potentísimo y es siempre celebración de lo nuevo, del descubrimiento, de la invención.
Por eso, para que nada nos quite la risa, tenemos que entrenar una mirada especial: una mirada que no lo sepa todo. Vivimos en la época de las verdades absolutas, todos nos creemos poseedores de una verdad, que a veces ni siquiera es nuestra, sino que nos llegó adosada desde la opinión pública. Una mirada que no lo sabe todo, que está viva, que todavía es capaz de asombrarse, maravillarse, que muestra la complejidad de las preguntas y la fragilidad de cualquier respuesta, es, como la definió el gran dramaturgo Sergio Blanco: una mirada sensible. Pero en estos tiempos es difícil entrenar esta mirada que necesita tiempo de vulnerabilidad y contemplación.
En el campo de las ideas hay dos tipos de miradas, la periodística, que observa los cambios acelerados, y que normalmente te lleva al pesimismo, y esa otra mirada más filosófica que trata de elevar la perspectiva y que observa los cambios no en la semana, ni en la última década, sino en los grandes periodos históricos. Cuando uno eleva la mirada, la perspectiva cambia. La mirada sensible es una mirada elevada de largo plazo, y es ahí donde uno puede empezar a concebir un principio de esperanza.
Justamente, esperanza deriva de la palabra esperar. Una vigilia atenta.
Esta mirada sensible, que tiene otro vínculo con el tiempo, es la mirada del juego, es la mirada del niño.
Hace un tiempo jugaba con mi sobrina Josefina, ella tiene siete años, repentinamente decidí hacerle una pregunta: “¿Qué es el presente?”.
Y ella me contestó con su mirada sensible: “El presente es como tu cabeza piensa de verdad. Por ejemplo: las bufandas son serpientes buenas.”
En la frase de una niña con mirada sensible está el secreto de la vida: el juego, la imaginación, la creatividad y la poesía. Nos animemos, en estos tiempos complejos, a pensar en otros mundos posibles donde elevemos la mirada y el juego finalmente recupere en su carácter vital.