Arturo Lucchetta

 

columnista alreves.net.ar

Rusia, el mundial y la Revolución

 

Los argentinos se pasean por Moscú sorprendidos por una mayoritaria nostalgia de la revolución bolchevique. Muchas de sus conquistas sociales sobrevivieron a la Perestroika y la globalización despiadadamente capitalista. Oh melancolía, en la previa del mundial suena un tango sesentista de Lenin y Mc Cartney.

Moscú es la Revolución o no es. Nadie la niega. Hasta el más liberal de los rusos, recuerda el suceso histórico de la caída de los zares. Las gentes de cien mil raleas y banderas se pasean por la Plaza Roja, la Catedral de San Basilio y el Kremlin. A falta de fútbol, las fotos características muestran el centro de la historia soviética, incluyendo el mausoleo de Vladimir Lenin.

En una paz caliente, el Este equilibra un poco menos que en la Guerra Fría, pero algo es algo. Por los principios sociales que Marx ha establecido, Vladimir Putin reivindica los valores del comunismo; sin embargo promete no volver al pasado.

Acá, los progres disputan una lucha existencial. Si ganamos el Mundial, el neoliberalismo va encontrar un campo orégano para sembrar más hambre. Pero la pasión es más fuerte y se consuelan soñando con un Sampaoli rockero y transgresor, con la Copa en la mano, negándole el saludo al presidente en la Casa Rosada.

Hoy, ante el inminente puntapié inicial de la Copa del Mundo, el fútbol funde todo en un esperanto deportivo. El color se pinta en varias lenguas, pero Messi se pronuncia igual en todos los idiomas. Messi, el ídolo del mundo. Messi, el mejor en cualquier encuesta. Messi el favorito, aunque como decían de Gardel y sus guitarristas, juega contra las propias impotencias de sus compañeros.

Messi en chino, Messi en inglés, Messi en español o en el dialecto que se te ocurra. Messi es una tentativa feliz de derrotar por fin, con el poder sin límites del fútbol, el disparate bíblico de la torre de Babel.