Cristian Maldonado

Un aplauso al ajustador

Caputo, el operador de Macri en el mundo de las finanzas.
“Después de las elecciones, puede ser que empiece otro año de ajuste”. Última semana de marzo de 2017, Javier González Fraga, Presidente del Banco Nación, feria PRO Textil.
“¿Se puede hacer un ajuste brutal el año 1? La sociedad no lo habría aguantado. ¿Se puede hacer en 4? Sí, pero para eso tenemos que financiarlo”. Últimos días de abril de 2017, Luis Caputo, ministro de Finanzas, Washington, piso 13 del Banco Mundial.
“No hay que agitar ni temer fantasmas de grandes ajustes”. Últimas horas de junio de 2017, Marcos Peña, jefe de Gabinete, Congreso de la Nación.
De todos los casos se desprende que lo más factible es que después de octubre el gobierno ajuste otra vez. No grandes ajustes, no brutales en un solo año, según dicen. Unos lo asumen sin vueltas, otros a través de presuposiciones que al cancelar el grado extremo habilitan uno inferior, pero lo cierto es que todos los caminos conducen al ajuste tras los comicios. Es como si el gobierno hubiese decidido invertir el eslogan del alfajor: ya probaste el grandote, ahora probá el chiquito. Aunque la verdad es que si admiten esto en público o ante periodistas, no quiero ni pensar hasta dónde llegan cuando están solos en sus despachos o en los retiros espirituales. Igual, ya con lo dicho, estamos en presencia de un verdadero caso de estudio.
Hago lo imposible por entender cómo hizo el gobierno para arribar a este escenario electoral después de haber dejado sin filo la tijera y con el tendal a la vista de todos, pero no hay forma. Voy hacia atrás, repaso lo que se prometía semanas antes de la segunda vuelta de 2015: pobreza cero, ajustes cero, devaluación cero, bajar la inflación, crear empleo, recuperar la economía, unir a los argentinos, volver al mundo, ser un país normal, eliminación de ganancias, gran inversión en ciencia, impulsar la industria, las economías regionales, continuidad del fútbol para todos, en fin, podríamos seguir repitiendo de memoria como las formaciones de los grandes equipos. Sólo por recordar, nada que no sepamos. Y recuerdo cómo juraban a cada rato que sus adversarios políticos hacían campaña de miedo y que esos pronósticos negativos eran puro verso.
Después pasó lo que pasó. Se quedaron recontra cortos con los pronósticos negativos. Ni que los hubiera hecho Durán Barba. Megadevaluación a los 15 minutos; la inflación más alta de los últimos 14 años (a monedas de ser la más alta de los últimos 25); tarifazos descomunales que dejaron los costos de los servicios públicos por las nubes; el consumo planchado con 17 meses consecutivos cayendo; relevamientos que confirman que comemos menos carne, frutas, verduras y proteínas en general; golpe del aparato productivo; toma escandalosa de deuda externa; más de un millón y medio de nuevos pobres y más de 500 mil que dejaron de serlo para convertirse en indigentes; el país pasó a ser el paraíso de los especuladores financieros, que hacen la bicicleta sin poner las manos; los propios datos oficiales confirman una concentración de la riqueza escalofriante; y en cuanto al trabajo, el gran organizador social, los números de este año incluso hablan de una sangría que parece no tener fin: la cantidad de ocupados respecto del total de la población es la más baja de los últimos 10 años. Por hacer sólo una brevísima síntesis sobre los temas centrales sobre los cuales se prometió en campaña. Una estafa electoral de acá a la China.
Ahora llegan las elecciones parlamentarias y todo el arco opositor, incluido el espacio de Sergio Massa, que de opositor tiene poco y nada, más tirando a nada, vaticina un gran ajuste después de las elecciones, sobre todo si el gobierno gana. Pero lo increíble es que funcionarios del propio gobierno admiten que ajuste habrá. Y lo dicen después de haber ajustado a dos manos, después de haber gobernado descaradamente para los sectores más ricos del país y de afuera. Quizás porque saben que los sondeos iniciales pronostican que Cambiemos tiene grandes chances de ser la fuerza más votada del país. Y con posibilidades reales de competir cabeza a cabeza en las provincias con más electores. Si esto se confirma en la carísima encuesta nacional a la que quedaron reducidas las PASO, ¿cómo diablos se explica? Porque los grandes beneficiarios del modelo entran todos juntos en el padrón de cualquier pueblo chiquito. Las grandes mineras, los bancos, el sector agroexportador, los especuladores, el poder financiero en particular y el poder financiero en general.
Por ejemplo: la valorización de mercado de las empresas que están en torno al grupo de amigos y familiares del presidente, como Clarín, Calcaterra, el Grupo Caputo, Transportadora de Gas del Norte y algunas otras, diez meses después de las elecciones, se incrementó en algo así como 45.000 millones de pesos. Esos sectores quieren Macri para siempre, está claro. Pero las masas descontentas con la gestión anterior, millones y millones de personas que dieron el voto y a cambio recibieron un ajuste tras otro, ¿por qué eventualmente volverían a votar a Cambiemos? ¿Por tirria al gobierno anterior? ¿Porque aún confían? ¿Por la inestimable ayuda de medios? ¿Por falta de opciones en muchas provincias?
La estructura política a nivel nacional que desarrolló Cambiemos desde el gobierno es un factor clave, tiene el sello en casi todos lados, pero aun así hago lo imposible por entender cómo hizo para arribar a este escenario electoral y no hay caso. Lo que está clarísimo es que si después de todo lo que pasó el gobierno consigue salir bien parado de las elecciones, habrá logrado un verdadero cheque en blanco para estrenar tijeras nuevas.
Y el caso de Córdoba es paradigmático. Fue la provincia que más votó la propuesta de “cambio” en la segunda vuelta de 2015. Se convirtió prácticamente en la meca de Cambiemos. Superó en porcentaje y en votos incluso a la ciudad de Buenos Aires, el principal bastión del PRO hasta entonces. Más del 71 por ciento, un poco más de un millón y medio de votos. Bien podríamos decir que catapultó a Macri al sillón de la Casa Rosada. Pero a pesar de eso, durante todo este tiempo de gestión de Cambiemos, los indicadores oficiales la ubican entre las provincias con más pobreza e indigencia, más desocupación y más inflación. La situación socioeconómica en Córdoba no mejoró sino que cambió para peor. Sin embargo, parece que la campaña acá volverá a girar otra vez en torno del “cambio”. Las dos fuerzas que parten con las mayores opciones de disputar las nueve bancas en juego son Cambiemos y UPC. La primera logró que en 2015 la votaran hasta los postes y la segunda, que gobierna la provincia desde hace más de 18 años, a juzgar por los carteles de campaña en la vía pública, le quiere disputar la consigna: “Córdoba unida por el verdadero cambio”.
¿Otra vez el “cambio”? Decía Fontanarrosa: “Dios aprieta pero no ahorca ni cae en el sadismo”. Quién sabe, ya veremos.