Cristian Maldonado

 

columnista alreves.net.ar

Un fantasma que no asusta

Me gustaría saber cómo se hace para hablar sobre la deuda externa y que no sea una losa. Un tema “espantalectores” que ahuyenta sin piedad a medida que aparecen números y cifras. Incluso a aquellos que tienen claro que estos endeudamientos siempre terminaron en tragedias sociales. ¿Será que los números dispersan? ¿O que el tema queda lejos? ¿O que se comunica mal? ¿O que la mayoría de los medios lo presenta como una noticia positiva, la “vuelta al mundo”? ¿O que andamos en cosas más urgentes como llegar a fin de mes? Quién sabe, pero economistas y especialistas en comunicación serios, todos, concluyen por distintas vías en lo mismo: tema fundamental, pero no mueve el amperímetro en la sociedad.

Resulta particularmente difícil, a esta altura, tratar de explicar por qué cuando tenemos una deuda personal importante nos ponemos locos, nos angustiamos, dormimos mal, no paramos de pensar en eso, pero en cambio cuando la deuda es del Estado, una deuda externa de crecimiento exponencial, que compromete el futuro de las mayorías, incluido el nuestro, no le damos ni tronco de bola. No digo que preocupe igual, está claro, pero que después de los infiernos vividos desvinculemos así la deuda de nosotros, como si el Estado fuese problema de otro, como si no fuéramos parte del Estado que ya está pagando los intereses de la deuda, es, hay que reconocerlo, un gigantesco triunfo de los beneficiarios del modelo de endeudamiento.

Ocurre que desde hace poco más de un año, el fantasma de la deuda externa asoma una vez más en el horizonte nacional como un trágico déjà vu. Vamos a los números de un sólo trago con la esperanza de que no abandonen. Son flamantes, a punto de ser publicados por el Observatorio de la Deuda Externa de la Universidad Metropolitana de la Educación y el Trabajo. Mientras terminaba el último informe, el economista Arnaldo Bocco, director del observatorio, compartió algunos datos y cifras conmigo. La deuda emitida hasta hoy durante el gobierno de Mauricio Macri ronda los 100 mil millones de dólares. Representa ya el 60 por ciento del producto bruto nacional, lo que significa un aumento del 35 por ciento durante la gestión macrista. El monto total de la deuda externa nacional, según los datos del observatorio, es de 290 mil millones de dólares. El pago de intereses, por su parte, vuelve a arquearle la columna a las cuentas públicas. En la comparación abril 2016 con abril 2017, el pago de intereses de la deuda externa creció, presten atención, ¡un 391 por ciento!

“El respirador artificial del modelo es el endeudamiento”, sintetiza Bocco. Y suma algunos datos más. El 39 por ciento de la deuda en dólares emitida en el primer trimestre se usó para financiar la fuga de capitales, unos 7.820 millones de dólares que huyeron del sistema financiero formal. Hay, sin duda, una especie de “subsidio implícito” para la fuga de capitales y para aquellos que usan dólar barato para el turismo externo. Sólo en los 4 primeros meses del año, desgranado, da que atesoramiento supuso 5.650 millones, interés, 1.969 millones y turismo, 3.294. Escribo la cifra y se me viene a la cabeza la foto del ministro Dujovne en las playas de Copacabana durante el mundial de 2014. Aún no era ministro, sólo columnista de La Nación y TN. Sonriente y canchero sostenía una bandera argentina en la que podía leerse: “AFIP LTA”.

Y es importante señalar una vez más que no estamos hablando de deuda de corte reproductivo, de la que sirve, por ejemplo, en infraestructura, potenciamiento del aparato productivo con planes de que a largo plazo logre generar condiciones y dinero para cancelar dicha deuda, no. En general, esas divisas se usan hoy para financiar la fuga constante de dólares, para cuentas corrientes, para tapar las desregulaciones de los controles cambiarios y favorecer los negocios de los bancos y la bicicleta financiera. Es un verdadero obstáculo para el crecimiento. Además, es una deuda con una tasa de entre el 6 y el 7 por ciento, que es nada menos que el doble de lo que Latinoamérica paga en promedio. No es lo que se dice una gran gestión tomar deuda por el doble de la tasa que logran países vecinos como Bolivia.

Si uno repasa brevemente la historia del endeudamiento argentino, no puede más que admitir que la deuda externa ha sido la madre de nuestros mayores males. La cosa arrancó en 1824 con el empréstito de la Casa Baring Brothers y con Rivadavia asegurándoles a los ingleses que las pampas estaban cubiertas de oro. Se iba a construir un puerto, una red de agua y distintas obras de infraestructura, pero el tiempo demostró que se trató de un verso casi tan descomunal como el tamaño de los intereses que se pagaron. Después, 150 años después, llegó la dictadura para implantar con terrorismo de Estado su proyecto económico. Según cuenta el investigador Mario Rapoport, para fines de 1975, cada habitante de este suelo debía 320 dólares al exterior. 25 años después, la deuda por persona era de 3.800 dólares. La dictadura llevó la deuda de 9.700 millones de dólares a 45.100 millones, un 364 por ciento de aumento. Incluso en el 82’, estatizó 17 mil millones de deuda privada. Durante los noventa, otra vez el fantasma en el horizonte y de 65.300 millones, la deuda pública saltó a 145.289 millones de dólares.

Hoy nos encaminamos a toda velocidad hacia un paredón contra el que ya chocamos unas cuantas veces, y tengo la impresión de que nos inocularon los anticuerpos adecuados para que ni pestañemos. Uno creía aprendida la lección, después del infierno, de la reestructuración, de los intentos por emanciparse. Estas deudas que, cuando hay margen, son muy fáciles de contraer y dificilísimas de pagar. Años y años y años y años. Asistir otra vez a este triste espectáculo que casi siempre acaba con el FMI a cargo de la política económica nacional y con los grandes medios llamando a honrar las deudas. Los mismos medios que hoy son la caja de resonancia de esta “vuelta al mundo” en poco más de 500 días. Vale la pena hablar de la deuda aunque no esté de moda. Ahora, no cuando tengamos ya la soga al cuello. Porque quizás lo más preocupante es justamente que no nos preocupe.

Es como si nos diera lo mismo pegarnos o no un tiro en el pie.