Cristian Maldonado

Un modelo de Temer

Hace ya varios años me tocó cubrir una marcha de trabajadores de call centers en el centro de la ciudad. Reclamaban por salario, contra el acoso laboral, contra las desventajas de su convenio, porque los perseguían si se afiliaban al gremio o si se “demoraban” en una llamada o cuando iban al baño a hacer pis. Y la precarización y el miedo eran tales que esa noche marchaban con máscaras por temor a que los echaran. No me puedo olvidar de esa imagen: unas 200 mascaritas blancas que cubrían los rostros de los trabajadores y trabajadoras que marchaban para manifestarse así por las mismas calles que caminaron Tosco, López y Salamanca. Unas caretas bien económicas de plástico que incluso se dejaron puestas cuando los entrevisté.
Ese recuerdo fue lo primero que se me vino a la cabeza cuando leí que en Brasil habían logrado, sin demasiada resistencia social ni parlamentaria, reformar leyes laborales que costaron más de 70 años de sangre, sudor, lágrimas y muertes. Hubo tres marchas importantes en las cuales las seis mayores centrales obreras de Brasil coincidieron en que su aprobación significaría el fin de los derechos de los trabajadores. Pero se aprobó nomás. Allí no se pudo ver si hubo Banelco porque cortaron la luz durante un rato en pleno debate. Un verdadero bochorno que hace cabeza de playa en la región. Permite la jornada de 12 horas de trabajo, la parcelación de las vacaciones, elimina las horas extras, reduce el tiempo de descanso de una hora a 30 minutos, flexibiliza las normas de contratación, las rescisiones de los contratos y deja fuera de la negociación los temas relativos al salario mínimo y el aguinaldo. Hablé al día siguiente con el periodista Darío Pignotti y lo definió así: “Es una contrarreforma que anula la jurisdicción de defensa de los trabajadores frente a patronales y retrotrae la situación a antes de 1943. Como dijo la presidenta del PT, Brasil dio un paso hacia la esclavitud”.
Después de lo que hemos visto ya en Argentina, durante estos 18 meses de gestión macrista, podemos decir sin temor a pifiar que el sueño presidencial es flexibilizar como en Brasil. Lograr el modelo Temer. Tal vez esa sintonía fue la que lo llevó a darle un abrazo internacional un rato después del golpe parlamentario a Dilma. Macri fue uno de los pocos que lo reconoció, le dio su apoyo y hasta bromeó sonriente en conferencia de prensa junto a Temer: “Con Brasil está tudo bem, tudo joia e tudo legal”. El cambio de época cocina a paso firme un caldo de cultivo que muestra en el horizonte una vez más el fantasma de la flexibilización laboral. Macri lo pide sin sonrojarse: “Tenemos que discutir todos los convenios laborales de vuelta”, y repite como un mantra que hay que bajar los “costos laborales”.
Tal vez acá el mecanismo sea justamente ése, como ya pasó con el gremio de petroleros privados en enero de este año, que aceptó la primera flexibilización nacional a cambio de puras promesas para los trabajadores hidrocarburíferos en Vaca Muerta. El gobierno ofreció una lluvia de inversiones de miles de millones de dólares a partir de la reducción de la cantidad mínima de operarios por pozo, la suma de tareas nocturnas a la jornada habitual y una modificación de la jornada laboral para operación y mantenimiento de pozos, que los deja sin fines de semana ni feriados con salario por lo menos duplicado, y la eliminación de horas extra. Fue una señal para empresarios y sindicalistas. Macri lo mostró como la primera gran victoria de su proyecto flexibilizador: “Acuerdos de este tipo necesitamos en todo el país en todos los sectores”. También esta vez dijo que era algo “revolucionario”.
Cada vez está más claro que la desocupación y el miedo a quedarse sin trabajo son los pilares fundamentales de la flexibilización laboral. Son clave para que los laburantes acepten lo que venga. Modificación de convenios, acuerdos a la baja, contratos basura, hacer el mismo trabajo por la mitad. En Argentina la cantidad de ocupados respecto del total de la población es la más baja de los últimos 10 años. Sí, la más baja de los últimos 10 años. A eso habría que sumarle los palos, los golpes y las balas de goma. “La policía actuó como tiene que actuar”, hizo saber el ministro de Seguridad bonaerense, Cristian Ritondo. Macri no quiso meterse de lleno, pero opinó: “Quedaron 20 que no arreglaron y tomaron la fábrica. Eso no está bien, no es legal”.
Fue penoso ver a la policía reprimir salvajemente a los trabajadores de PepsiCo. Nos quedará en las retinas por mucho tiempo. Tanto como escuchar a ciudadanos de a pie reclamarle a los despedidos que “vayan a laburar”. Justo a ellos. O tanto como escuchar a colegas hablar de “desalojo” o “incidentes” por miedo a decir represión. Pero no tanto como escuchar a la conducción de CGT anunciar, tras de cuatro horas de debate, una movilización para después de las PASO, el 22 de agosto, 40 días después de la represión.
¿Podría ocurrir en Argentina la reforma laboral que consiguió Temer en Brasil? ¿Es de verdad tanto más fuerte acá el movimiento obrero organizado? Está demostrado que la CGT es la única en condiciones reales de paralizar el país. Pero también que al gobierno de Macri la cúpula cegetista le perdonó sospechosamente casi todo. Dejó el debate “apresurados versus retardatarios” unos metros después de la línea de largada. En un hecho sin precedentes, tuvo que escaparse corriendo mientras sus bases silbaban. Anunciaron el paro general con una cara de embole pocas veces vista en un momento así.
Si uno repasa la cantidad, los motivos y el contexto social de los paros generales que hubo desde el regreso de la democracia, el gobierno de Cambiemos es sin dudas el más beneficiado. 13 a Alfonsín, 8 a Menem, a De la Rúa 9 en dos años, uno cada tres meses. A Duhalde, en un año y medio, 3, en un marco de desempleo y pobreza récords. Durante los 8 primeros años del kirchnerismo hubo uno sólo, por el crimen de Carlos Fuentealba, ninguno por motivos socioeconómicos. El último período de Cristina tuvo 5, cuyo motivo central fue la eliminación del impuesto a las ganancias. Con la misma vara, o parecida, después de todo lo que pasó en su gestión, Macri está en condiciones de decir que la sacó prácticamente regalada.
Mientras el cambio de época en Argentina parece estar generando las condiciones necesarias para llevar a cabo la flexibilización, vale la pena reparar en las conclusiones del investigador Juan Pablo Bohoslavsky sobre los resultados del ajuste laboral en el mundo. Bohoslavsky es Experto independiente de ONU en consecuencias de la Deuda Externa y las obligaciones financieras internacionales. Cuenta que más de 130 países se embarcaron durante los últimos años en reformas de políticas y normas laborales pro austeridad pero que no hay evidencia empírica alguna de que la situación de los trabajadores o de los desempleados haya mejorado ni que esas reformas hayan permitido “reinstaurar un acceso al empleo equivalente al previo a la crisis”.
La cruzada antitrabajadores es descomunal. El gobierno, provincias, municipios, patronales, la Corte, medios, incluidos muchos trabajadores, aunque parezca mentira. Están completamente decididos a flexibilizar. Están obsesionados con bajar los salarios. Si los bajan un 50 por ciento, por ejemplo, van a venir corriendo los empresarios a invertir, como van a las maquilas de Guatemala o Pakistán, sin duda. Y si trabajamos gratis o volvemos a la esclavitud, mucho más. Perdonen que insista con lo de “malditos laburantes”, pero me parece que el despertador falló, no suenan las alarmas y en cualquier momento vamos a terminar marchando con mascaritas de plástico por miedo a que nos despidan.