Qatar 2022 fue un mundial de sensaciones casi como la vida misma.
El fútbol, como estímulo fascinante, propició fuertes emociones y el presentimiento colectivo de que el campeonato podría ser nuestro.
En un ciclo de 28 días de una tensión dramática increíble, la Scaloneta se convirtió en la heroína que motorizó la felicidad del pueblo argentino.
Todo ‘petacular
Miré el Mundial como una serie televisiva.
El primer partido con Arabia Saudita solo lo pude ver hasta la mitad y no me enganchó.
Sin embargo, al igual que con Game of Thrones o The Handmale’s Tale, seguí los consejos de lxs que saben y me fui entusiasmando con la trama del juego.
Qatar 2022 fue una copa de lo mejor a pesar de mi poca constancia con el fútbol.
Cuando me di cuenta, estaba disfrutando de la Scaloneta casi tanto como el resto de lxs mortales de la primera hora.
Fue un mundial de sensaciones
Una sensación equivale a la impresión que percibe un ser vivo cuando sus órganos son estimulados, o bien, a una percepción psíquica de un hecho.
El pase de Messi a Molina para concretar el gol contra Holanda gozó de la precisión y la sorpresa típica de los trucos de magia.
El pique quinta a fondo de Julián Álvarez en la semifinal emuló la hazaña de un súper héroe juvenil que se divierte alcanzando su máxima velocidad.
Las increíbles atajadas del Dibu lo transformaron en el guardián y protector de una ilusión pospuesta desde hace 36 años.
“Ah, ¿tenes miedo? Patea fuerte, gordo”, le decía el arquero a su papá cuando era tan solo un niño, marcando así el precedente al “mira que te como” de la Copa América.
En el afán por querer saber más y continuar alimentando mi renovado interés futbolístico, me animé a realizar algunas preguntas que recibieron respuestas escuetas y punzantes.
– ¿En todos los corners baja Otamendi a cabecear?
– Sube.
No quise seguirla, pero mi falta de exactitud en el vocabulario quizás escondía la esperanza de una cancha inclinada a nuestro favor.
Tal vez era ese presentimiento de que podíamos ganar el campeonato mundial.
O no. Solo se trataba de algo que el humorista Pedro Saborido describió a la perfección días atrás.
Ese tierno esfuerzo de acercarnos a algo que no consumimos durante todo el año y que lo hacemos para estar.
Para no perdernos semejante acontecimiento colectivo.
El resultado fue una historia con una tensión dramática digna de un éxito taquillero, en donde la Scaloneta pasó por casi todas las etapas que plantea Joseph Campbell en “El viaje del héroe”.
Hubo un llamado a la aventura; dudas al comienzo del reto; un mentor que proporciona aliento frente a las adversidades; las pruebas y los aliados; y el gran desafío que transforma al héroe.
Y en la final, hay recompensa.
El penal que nos llevó a la gloria abrió la puerta del cielo para que desciendan el Diego, la Tota, mi nono, mi tío Bocha, Guille y vaya a saber cuántxs futbolerxs más.
El Mundial se convirtió en un relato cautivante que las mayorías vimos por televisión o en dispositivos.
Menos del 0,5% de la población argentina tuvo el privilegio de presenciarlo físicamente.
Más de 5 millones de personas se congregaron en Buenos Aires para recibir a los protagonistas y colapsar las calles de alegría popular.
Nos merecíamos bellos milagros y ocurrieron.
(Casi) siempre elegimos creer. Pero, por las dudas, no abandonemos las cábalas.